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Depresión

J. M. CABALLERO BONALD

Raro es el día en que no se lee o se oye por ahí alguna noticia deprimente. Por ejemplo, que casi un millón de andaluces están deprimidos. Dicho así, de sopetón, parece un pésimo chiste. Pero no, se trata de los resultados de un estudio serio y minucioso. En cualquier caso, lo primero que cabe preguntarse es a qué se debe semejante desajuste entre lo vivo y lo pintado, entre lo que forma parte de la realidad y lo que proviene de la fantasía. No es que me proponga esclarecer de buenas a primeras una cuestión tan imprevisible, tan intrincada, pero la verdad es que enterarse, casi sin previo aviso, de que la séptima parte de los habitantes de Andalucía padecen depresión, resulta por lo menos alarmante. Y hasta poco verosímil.

Todo eso parece contradecirse con ciertos tópicos que, no sin manifiesta ligereza, continúan adjudicándose al modo de ser de los andaluces. Ya se sabe que las generalizaciones sobre el carácter de determinadas sociedades o culturas, siempre son engañosas, amén de improcedentes. Afirmar, sin ir más lejos, que el andaluz es gracioso, alegre, ocurrente, exagerado, y por ahí, equivale a definir un conjunto por sus porciones más superficiales, es decir, a elevar a rasgos comunes lo que no pasan de ser vanos y parciales estereotipos. Insisto en semejante evidencia precisamente por lo que tiene de paradójica: descubrir que tan alto porcentaje de andaluces padecen depresión es como acabar de una vez por todas con la primacía folclórica de los jacarandosos.

Dentro de esa aridez incómoda de las estadísticas, resulta que la depresión lleva camino de convertirse en la primera causa de baja entre los docentes, no ya andaluces sino españoles en general. Y eso sí parece mucho más creíble, sobre todo como síntoma. Viene a ser la consecuencia lógica de esos nuevos desarreglos educativos propagados en colegios e institutos. Ni que decir tiene que cuando el profesor se siente desbordado por una anómala situación atribuible a la conducta del alumno, empieza a generarse la angustia, el estrés. Y el estrés es la más segura antesala de la depresión. Conozco a más de un profesor ya más de una profesora de eso que hoy se llama ESO, cuyo absentismo laboral lleva camino de acabar en baja definitiva. Incapaces de controlar lo que pasa en las aulas, elige renunciar a su presencia en las aulas. Sin duda que no es una capitulación airosa, pero tampoco es censurable.

Aparte de estas incidencias gremiales, no estaría de más que las instituciones sanitarias andaluzas promovieran una investigación -un sondeo- para conocer a ciencia cierta el reparto social y geográfico de la depresión en nuestra comunidad. A lo mejor hasta iban a producirse sorpresas. Claro que habría que empezar por ponerse de acuerdo sobre los distintos niveles de gravedad propios del caso.

Como nadie ignora, hay depresiones de muy difícil recuperación, variantes neuróticas que exigen toda clase de vigilancias facultativas, pero también hay otras que se curan solas. Si no fuera así, ¿cómo iban a demostrar su buen sentido los expertos en estadísticas sobre la depresión?

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