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Sondeos

Enrique Gil Calvo

Las últimas entregas publicadas de sondeos preelectorales mantienen una repetida distancia de cuatro o cinco puntos a favor del partido del Gobierno, que consolidaría la misma ventaja obtenida en los comicios europeos de junio pasado, cuando la lista encabezada por Loyola de Palacio venció netamente a la que lideraba Rosa Díez. ¿Pero valen estos sondeos como pronósticos fiables, susceptibles de ser proyectados como anticipo de los resultados que se obtendrán el próximo marzo? Seguramente no, pues el ejército de reserva de los votantes indecisos desvirtúa todas las estimaciones avanzadas por los cocineros demoscópicos y, además, lo más probable es que el efecto de la abstención resultante sesgue los votos de las diversas candidaturas de modo diferencial, favoreciendo a unos y perjudicando a otros con arreglo a un reparto territorial imposible de cuantificar de antemano.De ahí que tales sondeos sólo sirvan para crear un clima de opinión sobre lo que se espera que suceda, estimando una distribución de probabilidades con arreglo a las cuales los posibles votantes calculan sus futuras apuestas electorales. Lo que no es poco, pues a menudo las expectativas previas sobre lo que pueda suceder modifican en un sentido u otro la decisión de voto, incluida la opción absentista. En este sentido, muchos sospechan que la publicación de los sondeos actuales perjudicará sobre todo al PP, vía abstención, y a IU, al penalizar su voto inútil. Y, de suceder así, el gran beneficiario sería el PSOE, que por defecto se lucraría tanto de los votos cesantes del PP como de los votos tránsfugas de IU. Por eso el comando Rubalcaba ha saludado los sondeos demoscópicos con incredulidad mal disimulada, anunciando que habrá sorpresas capaces de desmentir la cocina preelectoral.

¿Es realista esta utópica esperanza del PSOE o se trata del cuento de la lechera: un wishful thinking o castillo en el aire que les hace confundir sus deseos de grandeza con la dura realidad macilenta? Lo cierto es que, hoy por hoy, la victoria del PP parece más probable que nunca, sin que haya sorpresas que valgan. Es verdad que el PSOE mantiene intacto su histórico granero del subdesarrollo meridional y que, por el otro extremo, ha potenciado sobremanera su feudo catalán gracias a la regeneración cívica debido al efecto Maragall. Por tanto, no cabe duda de que su suelo electoral se mantiene intacto.

Pero de ahí a remontarse hasta el techo de la victoria en las urnas hay un gran trecho, que, por el momento, no parece que se pueda superar. En particular, Valencia y sobre todo Madrid tienen la culpa de que el PSOE actual no pueda ganar las elecciones. Se recordará que en el 96 los socialistas perdieron Madrid por 600.000 votos, venciendo en el resto de España por 300.000. Pues bien, desde entonces esta decisiva derrota madrileña se ha consolidado e incluso acentuado, compensando con creces la ventaja barcelonesa y extendiéndose además a Valencia y otras capitales urbanas de clase media. Y es que se olvida que quien toma Madrid gana España entera, mal que le pese a la periferia.

¿Se puede reconquistar Madrid? Mañana ya veremos, pero hoy por hoy parece imposible. Los sobreeducados babyboomers capitalinos no quieren saber nada del partido responsable de Filesa y los GAL: así de simple y así de natural. Por tanto, mientras los socialistas no sepan explicar a la opinión pública cómo pudieron caer tan bajo, los ciudadanos no podrán volver a confiar en ellos. Esto explica que ahora el PSOE sea incapaz de explotar electoralmente la corrupción política del PP, pues mientras no se redima en público de su propia caída, renovando por completo su equipo dirigente, carecerá de autoridad moral para juzgar a Aznar, otorgando a éste licencia para abusar del poder con patente de impunidad. En suma, la reconquista de Madrid exige previamente una refundación del PSOE: una suerte de tercera vía política que, como ha hecho Maragall con el PSC, reconstruya un nuevo contrato cívico-moral entre los socialistas y la ciudadanía, recuperando así su crédito democrático y la fe civil en la cosa pública.

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