Hacia el capitalismo a secas
Entre las altas instancias de Pekín se ha producido a lo largo del año una aguda toma de conciencia: al mismo tiempo que cada año casi 50 millones de personas se incorporan a la población activa, el omnipresente sector público, que absorbe una parte considerable de los recursos nacionales y da todavía trabajo al 56% de la población en edad laboral, ve cómo sus efectivos disminuyen a toda velocidad: el año pasado, con los cierres de fábricas textiles, pequeñas fundiciones, minas de carbón y plantas de montaje de televisores, el sector perdió más de 20 millones de puestos de trabajo. El sector privado es el único que puede tomar el relevo, de forma que el Gobierno ha multiplicado las iniciativas para favorecerlo: en primavera, la empresa privada quedó incluida en la Constitución como un "componente importante" (no ya como un "complemento") de la economía nacional. Para mejorar su acceso a las fuentes de financiación, Pekín abrió los mercados de capitales de China y Hong Kong (que en la práctica estaban reservados a las empresas controladas por el Gobierno) a las compañías privadas.
Por último, el responsable de la Comisión Estatal de Desarrollo y Planificación (CEDP) anunció que el Gobierno se disponía a eliminar "toda reglamentación restrictiva y discriminatoria para el sector privado". En una palabra, el "capitalismo con peculiaridades chinas", tan querido de los dirigentes comunistas, debía desaparecer y dejar paso al capitalismo a secas.
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