El siglo moral
Amy Domini, 49 años, es una mujer norteamericana y protestante que desde los años ochenta estuvo alerta a la creciente aprensión que parte de los ciudadanos mostraban a invertir en títulos de empresas que, por ejemplo, apoyaban el apartheid o se relacionaban con la fabricación de armamentos..En 1990, Amy Domini creó un fondo de 400 empresas "socialmente responsables", que constituyeron, a imagen y semejanza del Dow Jones o el Standard & Poor"s, un índice de inversión bursátil llamado Domini 400 Social Index, donde se agrupan sociedades "éticas" o que no atentan contra el medio ambiente, no amparan políticas dictatoriales, no abusan de los trabajadores del Tercer Mundo o no fabrican armas, cigarrillos, alcohol, etc. La conciencia social de los últimos tiempos ha apoyado tanto este tipo de elecciones en los últimos años que la elección de un fondo con los participantes del Domini 400 no es ya sólo una decisión de espíritus delicados, sino, también, una decisión más rentable en dinero que el Standard & Poor"s.
El fondo de la señora Domini, de otra parte, no es ya el único que existe en el año 2000, ni su gesto una excepción entre otros muchos que están anunciando la nueva moral del milenio. Frente a la convocatoria mercantil de la globalización guiada por el pensamiento único, se han alzado organizaciones internacionales de ciudadanos que tratan de contrapesar el poder del capital y sus instituciones subordinadas.
Más allá del afrontamiento directo en las inversiones éticas, el mismo hilo en defensa de un proyecto ético y humano ha conducido a una cadena de nuevas oposiciones. Desde comienzos de los años noventa hasta la víspera del 2000 no han cesado de aparecer resistencias contra el interés y el quehacer imperial de las multinacionales. En la Cumbre de la Tierra, en Río, 8.000 organizaciones internacionales propusieron un modelo de desarrollo alternativo a las únicas sentencias del mercado y en la Conferencia de Ginebra de 1998 se alzó la denuncia contra un sistema mundial que explotaba a los niños. Seattle, a finales de 1999, con sus algaradas contra las directrices de la Organización Mundial de Comercio, incrementando la explotación y la desigualdad, ha preconizado el talante de la nueva centuria.
El siglo XXI empieza en Seattle, dijo Edgar Morin, y puede ser que, efectivamente, la condensación de la protesta episódica en los años noventa se precipite pronto en un movimiento que corrija la actual orientación del mundo.Frente a la trivialización de la democracia, su asunción formal, superficial y falsa a lo largo del planeta, va naciendo una vindicación de los principios de igualdad y libertad extensibles a todos los grupos humanos. Grupos humanos que se definen, unos, por su base social y que comprendería a los emigrantes, a los parados, a los faltos de alojamiento, a los pobres del primer o Tercer Mundo, necesitados de apoyo para progresar. O que incluye a otros, como las minorías regionales o culturales, los antiguos pueblos colonizados, las mujeres o los homosexuales. Pero también, en otro estrato, a los consumidores, los enfermos, los alumnos, los telespectadores...
La conciencia sobre la extensión de los derechos humanos llega ya fácilmente hasta la naturaleza, las plantas y los animales. El mundo globalizado, visto como un todo, se ha convertido a la vez en un mundo animado, merecedor de una atención integral y armónica. Hasta ahora las diferencias entre Norte y Sur, entre unas y otras zonas del planeta se veían como defectos circunstanciales en la carrera del progreso, pero el progreso ha alcanzado ya, simbólicamente, una meta temporal. El año 2000 se alza como un tiempo exacto para el balance y la revisión total.
Nada escapa ahora a la observación en un mundo transparente, interconectado o simultáneo y, de la mima manera que la cuestión social nació en coherencia con la sociedad industrial, la cuestión moral deriva de la sociedad del conocimiento. La acción ética y política de comienzos del siglo XX se dobla en la moral del XXI. Vuelve la necesidad de la resistencia, de la alternativa, del proyecto humano y el aliento real de la utopía.
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