Manipulación de la inocencia
A. R. ALMODÓVAR
El siglo XX ha sido, entre pocas cosas memorables, el de la liberación de la mujer. Al menos como concepto. El siglo XXI debería ser el de la liberación del niño. Aquí, sin embargo, el concepto es lo primero que falla. Por raro que parezca, no acaba de asentarse en las entendederas del común la simple idea de que un niño, una niña, no son un hombre o una mujer pequeñitos. Son otro asunto. En muchos lugares de la Tierra, consecuentemente, al aplicarse a nuestras criaturas el normal postulado de la explotación del hombre por el hombre (aquí del niño por el hombre), se las convierte en objeto de las prácticas sociales más repugnantes. En Brasil mueren a diario en torno a 100 niños o niñas víctimas de malos tratos. Un 15% de los menores de 18 años son agredidos sexualmente. En Tailandia, Pakistán, Singapur, Bangkok, se les emplea en trabajos de esclavitud o en la más abyecta prostitución. Ésta es la cara escalofriante del asunto.
Pero hay otra cara, llamémosle blanda, que entraña peligros no menores de orden psíquico y moral. Me refiero a eso que tan acertadamente se viene llamando la manipulación de la inocencia. Esto es, el uso y abuso de los niños para los más variados conjuros de la sociedad mercantilista -la publicidad, principalmente-, al total y descarado servicio del consumismo. Un rostro inocente y entrañable sirve para promocionar cualquier cosa: una compañía aérea, un coche, una marca de helados, amén de los pañales o el alimento infantil, que no por proximidad semántica dejan de ser aplicaciones de una recusable asociación entre el candor y la calidad del producto. La semiología hace tiempo descubrió estos sibilinos contubernios, pero no parece que sus análisis hayan servido más que para reforzar y afinar los mecanismos de tan sutiles manejos. Incluso hay padres y madres que se prestan a la utilización del rostro angelical de sus hijos para vender lo que sea. Y hasta pagan por ello.
En estos días navideños nos hemos visto sorprendidos por la peor de todas estas manipulaciones: la política. Un anuncio a todo trapo de la Consejería de Turismo y Deporte nos ha servido en bandeja nada menos que a 13 niños vestidos de futbolistas, con las indumentarias de los equipos de la comunidad, invitando a rechazar la violencia bajo el cándido eslogan de "Todos somos andaluces". Como si no fuera bastante miserable casi todo lo que está ocurriendo alrededor de ese presunto deporte, sólo faltaba utilizar a los niños como bálsamo para sus tropelías, además de la televisión y otras drogas de fuerte consumo presupuestario. Mucho más eficaz, y más barato, sería por ejemplo negar las cámaras a los encuentros de fútbol calificados de "alto riesgo"; a los lenguaraces y a menudo vergonzantes presidentes de los clubes y a sus siniestras finanzas; o sancionar a los alcaldes y alcaldesas, de ahora y de hace mucho tiempo, que se dedicaron a jalear a la ciudadanía con agravios políticos provincianos. Y, en fin, como si no hubiera otras cosas en las que gastar el dinero de los contribuyentes. Hoy, día de Reyes de 2000, primero de los niños en la nueva era, deberíamos reflexionar seriamente sobre todo esto. Pues en materia infantil, seguimos dentro de la Prehistoria.
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