Un PP hegemónico
El último coletazo del 99 ha obsequiado al PP valenciano con una noticia que le habrá hecho la boca agua. Según una encuesta del mes de septiembre, el partido que lidera Eduardo Zaplana alcanzaría un 52,8% de los sufragios, situándose 22,5 puntos en intención de voto por arriba de su principal contrincante, el PSPV, que se quedaría con el 30,3%. Esto quiere decir que se acentuaría la diferencia entre ambos partidos que se estableció en las últimas autonómicas. O sea, que el uno sube y el otro baja, uno consolida su hegemonía y otro se despeña.Es obvio que estos sondeos hay que considerarlos con todas las precauciones. Los comicios están lejos todavía, ignoramos el método con que se realizaron y, además, como el lector recordará, las circunstancias no eran -ni siguen siendo- propicias para los socialistas, sumidos todavía en los contenciosos partidarios. Al PP, en cambio, todo le está saliendo a pedir de boca y los ciudadanos, con entusiasmo o sin él, no encuentran razón para propiciar el relevo.
No obstante, y una vez adoptada esta cautela, tampoco se necesita ser un analista como el profesor Vicent Franch para colegir que las huestes que gobiernan pueden alcanzar todos sus objetivos -dos diputados más- a poco que se dejen llevar por la inercia y no cometan algún desliz irreversible, algo bastante impensable a la vista del quietismo en el que se han refugiado. No moviendo un solo papel resulta muy difícil equivocarse. Y en adelante, además, el trajín mitinero y la caza de los votos disimulará con creces la falta de gestión y el aplazamiento de los proyectos.
Es evidente que apenas ha de inquietarnos la robusta salud electoral y política del PP. Sólo hay que mirar a los prohombres del partido para percibir la satisfacción y seguridad que les blinda contra el menor desasosiego. Tan solo con la boca pequeña prorratean los consabidos tópicos acerca de lo mucho que queda por hacer, la necesidad de no dormirse sobre los laureles y otras chorradas semejantes, más propias de figuras del fútbol que de hombres políticos, por más que unos y otros parecen responder al mismo patrón cuando afrontan los medios de comunicación.
Aquí, el problema o el morbo únicamente está en el papel y en las expectativas de la izquierda, y singularmente en el PSPV, tan dejado de la mano de Dios. Como era de esperar, la referida encuesta no les ha hecho ninguna gracia, e incluso aluden a otros muestreos de su propia cosecha que les auguran un resultado electoral más y hasta plenamente confortante en el marco estatal, que de eso se trata. De las circunscripciones valencianas no hablan y cuando lo hacen se limitan a expresar sus propios deseos, antes que intentar describir una realidad que les es ingrata.
Pero ya no les va quedando tiempo para andarse con juegos malabares. Ciprià Ciscar y sus gentes habrán de acordar una estrategia capaz de restaurar la confianza perdida, lo que ya no se logra mediante la apelación a la lealtad y a las convicciones vagamente izquierdistas. Huérfanos de liderazgos carismáticos, no tienen más alternativa que articular un mensaje provisto de alguna molla creíble y movilizante. Muy movilizador ha de ser, por otra parte, para recortar la distancia abisal que les separa de su antagonista. Y, francamente, no vemos cómo habrían de improvisar tal prodigio, por más que las candidaturas que se apuntan por parte de los populares no sean como para sentirse anonadados. Tal, pues, es la cuestión: ¿por qué flanco atacará el PSPV y cuál ha de ser su munición dialéctica y electoral, después de tan prolongada sequía programática y doctrinal?
De las otras fuerzas del arco progresista no puede decirse mucho más que la vieja jaculatoria: virgencita mía, que se queden como están, ya que cualquier mudanza podría acabar con ellas. Gajes de la hegemonía ajena.
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