D'Alema bis
El nuevo Gabinete del ex comunista Massimo d'Alema, aprobado por una ajustada mayoría en la Cámara de Diputados, es más bien la reorganización del anterior, pese a la incorporación de los demócratas de Romano Prodi. Una de las causas de que las crisis de Gobierno italianas despierten tan escasa atención, dentro y fuera, reside en lo tenue de la distinción en el país alpino entre la caída del Ejecutivo -que tan amplias repercusiones suele tener en el caso de otros Estados europeos de un peso similar- y su mero cambio cosmético. En esta ocasión, el motivo de la crisis que ha alumbrado el Gobierno número 57 desde la posguerra ha sido la deserción de tres minúsculos partidos (el trébol, entre todos el 2% del voto popular) en la sobrecargada coalición centroizquierdista que gobierna desde hace 14 meses.D'Alema, que ha cumplido velozmente el encargo del presidente Ciampi de ensamblar un nuevo Gabinete, descarta elecciones anticipadas y ha insistido, por el contrario, en hacer con urgencia la reforma política que Italia lleva años esperando. Una renovación que el primer ministro, al timón desde otoño de 1998, ya ha anunciado antes sin conseguir avanzar hacia ella. El jefe del Gobierno quiere volver a la carga con un referéndum sobre los cambios institucionales, la misma consulta que en abril pasado no consiguiera valor legal debido al desinterés de los votantes, que no llegaron al 50% prescrito.
El nudo de la inestabilidad italiana es una ley electoral regida por el principio proporcional, que permite la presencia de 40 partidos en el Parlamento (11 de ellos en el Gobierno saliente) y otorga a menudo la última palabra a formaciones de escasísima representatividad. La existencia de alianzas tan dispares como la última conducida por D'Alema -un matrimonio forzado entre ex comunistas, socialdemócratas, comunistas, democristianos reconvertidos y hasta verdes- coloca inevitablemente al jefe del Ejecutivo en el filtiré de una aritmética compleja antes de conseguir dar un paso adelante en el Parlamento. Su segundo Gobierno, formado al filo de la Nochebuena e integrado por siete partidos de izquierda y centro, es un nuevo encaje barroco inestable desde su nacimiento.
Si D'Alema quiere aguantar hasta la primavera de 2001, en que deberán celebrarse comicios generales, la reforma que pretende deberá ser real. Italia es el país más débil de la zona del euro. Su crecimiento de alrededor del 1% este año le coloca a la cola de los once. Los cambios que históricamente tiene pendientes no se limitan a la modernización de su sistema electoral (incluyendo la elección presidencial directa) o del poder judicial. Afectan también, y decisivamente, a la administración del Estado, a un sistema de pensiones tan complaciente que devora las arcas públicas o al mercado laboral.
El peligro que acecha al Gobierno D'Alema bis es que sus buenas intenciones se queden una vez más en eso; que, como la saliente, la frágil mayoría de centro-izquierda se enrede en la madeja de sus rencillas internas y pierda de vista la renovación que Italia necesita.
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