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Entrevista:Petre Roman

"Los comunistas contaminaron la revolución"

Berna González Harbour

ENVIADA ESPECIALLa historia de la revolución de Rumania no está escrita. ¿Golpe o revolución? ¿Enfrentamientos armados o un gran teatro de terror puesto en escena por la Securitate? ¿Líderes espontáneos o socios premeditados de un supuesto Frente de Salvación Nacional que aprovechó la sublevación para encabezarla y secuestrar, así, la revolución? De todo esto hay en un apasionante episodio de la historia contemporánea que sacudió nuestras mentes con aquellas banderas agujereadas, los carros de combate atacando a manifestantes a pecho descubierto, las morgues atestadas de civiles y militares reventados y, sobre todo, la esperpéntica imagen de los Ceaucescu ajusticiados, incrédulos, con sus abrigos de pieles, tras un juicio sumarísimo.

La historia aún no está escrita. En su lugar se amontonan sólo las pinceladas que dan sus protagonistas, víctimas o culpables, también ellos, de un país donde el rumor y la mentira formaban parte de la estrategia de lucha. En las hemerotecas de Washington, Londres o Madrid quedan las barbaridades que publicamos, como la llegada a Rumania de mercenarios libios, las mutilaciones de niños o la cifra de 60.000 muertos durante la revolución de diciembre. Todo mentiras que sólo transmitimos desde allí porque el nuevo poder establecido así las relataba, de manera oficial, en conferencia de prensa.

Aquel redoble de embustes, aquella carcajada frente al mundo, cubrió de un sabor de opereta y farsa, por desgracia, una revolución que sí fue: 1.104 personas murieron, de verdad, víctimas de la única transición sangrienta del bloque del Este. Decenas de muchachos fueron asesinados a sangre fría en Timisoara, donde se inició todo, e incinerados en Bucarest para que desaparecieran las pruebas. Muchos estudiantes murieron no sólo en diciembre, sino más tarde, cuando el ya presidente Iliescu mandó traer a los mineros para machacar a unos manifestantes que persistían en su deseo de cambio. La revolución sí existió. Pero el golpe también.

El 22 de diciembre de 1989, la pareja Ceaucescu huyó desde la pista C del tejado del Comité Central, acorralada por las masas que rodeaban el edificio. Horas después, en una sala de este edificio, se celebró una reunión clave en la que se determinó el futuro liderazgo del país. Esta enviada pudo ver, días después, el vídeo grabado entonces en esta reunión, que por extrañas razones nunca ha trascendido al gran público. En él se ve a varios líderes comunistas intentar organizar un Gobierno, pero varios participantes recuerdan insistentemente: "Hay que esperar a Iliescu". Lo hacen varias veces y, por fin, a las 17.19, llegan juntos Ion Iliescu y Petre Roman. Éstos asumen con naturalidad el mando de la reunión y en pocos días se erigen en presidente y primer ministro del país. Roman, de 53 años, relata en esta entrevista su versión de lo ocurrido. Según él, todo fue espontáneo.

Pregunta. Diez años después continúa el debate sobre si lo ocurrido en 1989 fue golpe o revolución. ¿Qué fue para usted?

Respuesta. Para la opinión pública no hay duda de que fue una revolución. Fue la sublevación del pueblo la causa determinante de la huida de los Ceaucescu. Yo lo viví en la calle y, por tanto, este debate me parece muy teórico. Los que conjuraban estaban muy distanciados de la realidad, y el hecho concreto y claro fue que en la mañana del 22 de diciembre, centenares de miles de personas marcharon sobre el centro de Bucarest, y aquí mismo, donde estamos Ceaucescu se dio cuenta y huyó.

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P. Otra de las incógnitas vivas es quién disparaba contra quién.

R. Ceaucescu tenía las cartas en la mano, y una de ellas era la puesta en funcionamiento de los terroristas. Eran unos profesionales preparados para mantener un estado de confusión y anarquía que permitiera a Ceaucescu recoger sus fuerzas y reconquistar el poder. Lo que no fue posible por lo que ocurrió, el juicio y la ejecución.

P. Se refiere a la Securitate.

R. Sí, eran grupos muy secretos formados por la camarilla más estrecha de Ceaucescu. Ni siquiera todos los dirigentes de la Securitate lo sabían.

P. Usted estuvo en la reunión del Frente de Salvación desde el primer momento. Se dice que su llegada no fue tan espontánea, que ya había estado en contacto con Iliescu, que preparaba el golpe.

R. No había ningún Frente de Salvación. Lo que pasó aquí por la mañana, pocos minutos después de que Ceaucescu huyera, es que forzamos, entramos en este balcón y yo dije unas palabras que han quedado como emblemáticas, que en realidad fueron bastante sencillas: "Hemos abolido la dictadura de Ceaucescu y el poder pertenece al pueblo". Luego fui a la televisión, donde leí una declaración más amplia. Y regresé aquí, y como yo regresaron también otros. Y aquí, en una sala, nos encontramos gente que, por un lado, tenía alguna legitimidad de la calle, como yo, unos pocos, con antiguos políticos, unos cuantos con bastante altos cargos, que habían comprendido que había un hueco de poder y que sabían dónde estar cuando había un hueco de poder. Por eso nos encontramos aquí. Cuando se formó el Consejo del Frente de Salvación, entraron todos los disidentes.

P. Usted sostiene que fue espontánea. No es verdad que hubiera antes contactos entre usted e Iliescu.

R. Fue completamente espontánea, no había tenido ningún contacto antes y, además, no decidió nada.

P. ¿Aquel grupo de Iliescu secuestró la revolución?

R. Eso fue, sobre todo, una imagen que tiene su fuerza y su parte de verdad. Lo que nosotros hicimos en la calle fue en algún sentido contaminado por la presencia de estos jefes comunistas en el poder del nuevo régimen democrático. Y en este sentido sí fue algo que desilusionó.

P. ¿Cree que hubo suficiente depuración del régimen?

R. No. Este debate era un debate muy importante, no en el sentido de venganza, sino para comprender de dónde salíamos. Este debate no fue ni suficiente, ni muy efectivo. Descartar a las estructuras de Ceaucescu, de la Securitate, no era suficiente.

P. ¿Y la Securitate? ¿Ha cambiado? Diez años después aún no se han abierto sus archivos.

R. En octubre de 1990 hice una propuesta al presidente Iliescu que era muy sencilla: que todos los archivos de la Securitate sean legitimados por el Parlamento. Pero Iliescu y Magureanu estaban en contra, y claro, nos quedamos con este peso sobre nosotros. Eso sí que fue un problema muy delicado para la evolución más democrática. El hecho de que estos archivos no estuvieran bajo el control directo del Parlamento fue una cosa mala.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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