El yerno del samurai
El brasileño, ocho años ya en el Depor, es la antítesis del mercenario
Ésta es su octava temporada en España y ha ganado ya un Mundial y una Copa del Rey, pero nunca ha levantado mucho ruido a su alrededor. Porque Mauro Silva es un hombre discreto dentro y fuera del campo, un tipo tan normal que por eso mismo resulta extraordinario. El centrocampista brasileño, que en enero cumplirá 32 años, representa la antítesis del mercenarismo. Llegó al Deportivo en 1992, le gustaron la ciudad, la gente y el club, y allí decidió quedarse ignorando las suculentas ofertas que durante mucho tiempo le tentaron desde Italia. El día que juró la Constitución para obtener la doble nacionalidad, se tomó muy en serio el acto oficial y proclamó su orgullo de acceder a la ciudadanía "española y gallega".Hombre familiar, felizmente casado con la chica que conoció a los 12 años, Mauro Silva es un profesional intachable. Hasta en un mundo tan maledicente como el del fútbol resulta imposible encontrar a alguien que pueda decir una sola palabra contra él. Esa abnegada dedicación a su oficio permiten a Mauro, a pesar de la edad y de algunas lesiones graves, mantenerse como una referencia esencial en el equipo que encabeza la Liga. El sábado resultó decisivo para contener a un Celta que, con su magnífico fútbol, estaba a punto de organizar un funeral en Riazor.
Antes de llegar al Deportivo, Mauro jugó en un modesto equipo de su país, el Bragantino, estudió informática en la Universidad y mantuvo un casto noviazgo con Terumi bajo la vigilancia del sable de samurai del padre de la chica, un emigrante japonés. Durante años fue insustituible en la selección brasileña, con la que ganó el Mundial de EEUU 94. Aunque el título le hizo feliz, no se olvidó del mundo real. "Con estos triunfos también se tapan las injusticias sociales del país", declaró a contracorriente.
El Mundial le costó caro. En los meses anteriores se había sometido disciplinadamente a un interminable ajetreo entre Europa y América para no dejar nunca ni al Deportivo ni a su selección en la estacada. Volvió de EEUU con una grave lesión de tobillo que le tuvo un año alejado. A pesar de su formidable potencia física, le quedaron secuelas y su juego perdió vitalidad. Pero Mauro sigue ahí, como el corazón del equipo y como la prueba viva de que se puede alcanzar el estrellato en el fútbol sin dejar de ser un tipo normal.
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