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Crítica:FLAMENCO - JOSÉ ANTONIO RODRÍGUEZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Guitarra jonda en el templo

La guitarra flamenca le va bien al templo. Su música jonda, dotada excelentemente para la intimidad del recogimiento religioso, casa bien con ese ámbito que -al margen de las creencias de cada uno- invita a la reflexión.La guitarra flamenca de José Antonio Rodríguez va de maravilla a un recinto de estas características, donde el sonido crece hasta las altas bóvedas y multiplica su mensaje en la profundidad y la intensidad de lo que nos quiere decir. Rodríguez es músico serio, con una preparación que trasciende lo puramente flamenco, aunque él haya hecho del flamenco su vehículo expresivo idóneo para transmitir un concepto de la música y del arte que siente entrañablemente, y que él compone e interpreta con una gran verdad en primer término, y por añadidura, con delicadeza y pulcritud de exquisito orfebre.

Manhattan de la Frontera

Concierto de José Antonio Rodríguez, con José Manuel Moreno (guitarra), Manuel Nieto (bajo), Antonio Coronel (percusión), Manuel Soler (percusión y baile), Ana María González (cante). Iglesia de San Esteban. Fuenlabrada, 19 de diciembre.

El concierto que ofreció esta noche en la iglesia fuenlabreña de San Esteban no se ajustaba exactamente al título de Manhattan de la Frontera de su última producción discográfica, con el que lo había anunciado, pero tenía partes significativas del mismo y el resto respondía a un espíritu común de economía expresiva, de austeridad. Es verdad que cuando incorporó al grupo hubo también percusiones, bajo, cante e incluso esa pincelada emocionante de baile que suele poner Manuel Soler, pero todo ello en unos términos de sobriedad más efectivos que cualquier alboroto improcedente.

Ajustado a las pautas

El templo marcaba las pautas, y el acierto de este extraordinario músico que se llama José Antonio Rodríguez fue entenderlo así y ajustarse a ellas con inteligencia y respeto.

Fue, en definitiva, un concierto para un público que lo recibió con deleite y con sumo respeto, en estrecha comunión con los oficiantes. Un público seguramente no tan masivo como en años anteriores, pero que desde los primeros compases se identificó perfectamente con lo que estaba oyendo. La belleza de la música que Rodríguez ofertaba con convicción tuvo el premio de la audiencia adecuada.

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