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Masivo puente aéreo en Venezuela para salvar a miles de aislados por las riadas

Las inundaciones han causado casi 10.000 muertos y han destruido 120.000 casas

Juan Jesús Aznárez

Susana Santana no admite la pérdida de sus cuatro hijos, el mayor de 12 años, en Vargas, el pequeño Estado limítrofe con el mar Caribe sobre el que ayer descendieron tres batallones de paracaidistas venezolanos. Son mil soldados más en la masiva operación de rescate y puentes aéreos dispuestos por el Gobierno para salvar la vida a decenas de miles de personas aisladas por las peores inundaciones de los últimos 50 años. El número de muertos es difícil de cuantificar, aunque un funcionario de Defensa Civil, José Gómez, aventuró que pueden llegar a ser 10.000.

"Mis hijos quedaron encerrados en casa. ¿No se hundió, verdad?", preguntaba Susana Santana. Nadie pudo convencerla de que el litoral no existe, de que sus principales poblaciones fueron barridas el miércoles por trombas de agua y lodo jamás vistas en una nación que decretó tres días de duelo nacional y cuyas banderas ondean a media asta. Probablemente nunca se sabrá cuántos venezolanos han perdido la vida bajo las toneladas de fango que todavía sepultan las casas de la clase media, de los balnearios turísticos y de las barriadas levantadas por la pobreza en los cerros de Caracas.Huele a muerto en el litoral, advierten los socorristas. El número de cadáveres llega casi a 200, según el recuento oficial, y pronto alcanzará el millar, agregó el general Vassily Kostoski, viceministro de Justicia. Los desaparecidos son más de 7.000, y las casas destruidas total o parcialmente, 120.000. El periodista Nelson Bocaranda afirmó en el programa Vox pópuli, de Venevisión, que se han pedido a Estados Unidos 10.000 bolsas para cadáveres.

Cuarenta helicópteros militares rescatan a los vecinos aislados en el litoral, transportados después al aeropuerto de Caracas, y desde allí, a La Carlota, una pequeña terminal de cabotaje situada en el centro de la capital. México desembarcó en Venezuela con cuatro Hércules, 200 especialistas, perros de rescate y 20 toneladas de ayuda. Washington envió tres helicópteros y un avión de transporte, y otros países, entre ellos España, preparan sus despachos.

Los hospitales, ambulatorios, polideportivos y albergues castrenses instalados en las áreas del desastre fueron sobrepasados por la avalancha de damnificados, y el agua potable es escasa. Faltan antibióticos, aspirinas, alcohol y gasas para los miles de heridos, y es tanta la urgencia que algunas fracturas de huesos son curadas con cartones. El aeropuerto internacional de Caracas, a 40 kilómetros de la capital, cerrado a los vuelos comerciales, se transformó en un centro de acogida colmado por 10.000 personas, todas expulsadas de viviendas que derrumbaron las impetuosas corrientes y cataratas nacidas en las estribaciones del Ávila. Las autoridades sanitarias temen la irrupción de epidemias.

Las incesantes lluvias amainaron y las autoridades dicen que lo peor, las nubes cargadas de humedad, abandonó el norte nacional rumbo al este de las Antillas. Barcos de la Marina de guerra navegaban ayer por la costa limpiando una marea de 100 metros de ramas, troncos y basuras, y de contenedores de mercancías empujados mar adentro desde el puerto de La Guaira. Muchos fueron saqueados por delincuentes o venezolanos desesperados, bajo la mirada impasible de los policías. El alcalde de esa ciudad portuaria, situada a 20 kilómetros al norte de Caracas, Lenin Marcano, estimó ayer en 25.000 el número de muertos y desaparecidos en su zona.

Los saqueos son frecuentes. Turbas de maleantes, ajenos a toda solidaridad, asaltaron farmacias, panaderías, talleres o licorerías, y otros cargaban a cuestas motocicletas embarradas o dejaron sin blanca a quienes habían perdido casi todo. Un grupo robó sotanas de sacristán en una iglesia de La Guaira y con ellas puestas prosiguió las fechorías. "A los que se quedan para cuidar sus casas, les caen a tiros los malandros ", informó un damnificado de Vargas.

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Aprovechando la confusión, 70 presos abrieron un boquete y se dieron a la fuga. Entretanto, policías de Macuto tiraban de una cuerda de 30 delincuentes amarrados de las manos. Las calamidades se suceden. Sin carné de identidad ni documentación alguna, muchos echaban en falta las chequeras. "No tenemos dinero y ni siquiera podemos ir a un banco", se lamentaba una jubilada.

Nada comparable con el drama de Georgina Díaz en los cerros de Blandín. Una avalancha sepultó a toda su familia, de 11 miembros. Aturdida, se encaminaba hacia el cementerio de los suyos. "Aquí quedaron mis muchachas, Jeny y Joana. Por este otro lado deben estar mis nietecitos Jeniré y Luis David, que jugaban Nintendo cuando cayó el tierrero". No pudo continuar asfixiada por el llanto, a punto de morir ella misma. "Perdimos hasta las ganas de vivir", sollozaba otra víctima.

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