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Más allá del debate de las cuotas

Con el retraso habitual de las burocracias, los partidos políticos españoles acaban, como quien dice, de caer del burro en lo que se refiere a la necesidad de que las mujeres participen en política con algo más que el voto. Parece que esos aparatos masculinos de poder comienzan a abochornarse ante el hecho de que, hasta ahora, las mujeres fueran apetecible carne electoral, es decir, cuerpo votante, pero sólo excepcionalmente carne elegible, cosa muy propia de la lógica de la dominación con la que esos sabios hombrecitos suelen contemplar la realidad.¿Se ha entendido, al fin, eso tan sencillo de que no hay democracia posible si las mujeres, además de votar, no pueden ser votadas como representantes políticos de los ciudadanos en igualdad de condiciones que los hombres? ¿Se han dado cuenta ya de que la sociedad es una mezcla de mujeres y de hombres?

La reciente propuesta del secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de establecer, por la ley electoral, que las mujeres ocupen el 40% de las candidaturas, la famosa cuota, expresa que, entre la izquierda moderada, hay al menos indicios de mala conciencia sobre el tipo de democracia que los partidos, llave de paso decisiva, han venido aplicando. Subrayo la palabra indicios, que expresa conocimiento parcial y confuso de algo: vale más eso que nada y, desde luego, es mucho mejor esa mala conciencia que la exhibición de mujeres/ florero o mujeres de hierro, damas defensoras de la lógica de dominación, a la que tienden los partidos conservadores.

Pero ¿es realmente necesario que la ley reconozca expresamente lo que la sociedad española es en la realidad de cada día y la Constitución define en su primer artículo? ¿No pueden los partidos ejercitar ese tipo de democracia, paritaria la llaman los franceses, sin que les obligue una ley? ¿Por qué tanto artificio legal y retórico -las cuotas son, además de una humillación para las mujeres, pura retórica machista y paternalista- para reconocer lo que la realidad, a estas alturas de la civilización, muestra sin tapujos?

En este tema, los partidos políticos, sin exclusión, evidencian sobre todo sus enormes dificultades para percibir lo que una gran mayoría de gente de este país sabe desde hace tiempo: que las mujeres están ya tan preparadas como cualquier hombre para llevar asuntos públicos y que, en muchos casos, lo hacen incluso mejor que ellos. Lo cual no deja de ser algo anormal: la igualdad, como suele decirse, existirá el día en que las decisiones colectivas las tomen mujeres tan capaces de equivocarse como los hombres.

Una reciente encuesta, hecha por sociólogos de la Universidad de Deusto entre 3.853 jóvenes españoles de 15 a 24 años, señala que esos jóvenes están seguros de las mayores cualidades de las chicas. Esos mismos jóvenes daban a la política una importancia de 3,6 en una escala de 100. O sea que las nuevas generaciones no tienen duda sobre la idoneidad de las mujeres para hacer cualquier cosa y, en cambio, sí la tienen, mayúscula, sobre el actual papel de la política. No es raro que la gente desconfíe de los políticos cuando éstos se muestran tan desconectados de lo que está moviendo la gente de a pie.

Me puedo equivocar, desde luego, pero da la impresión de que la sociedad cuenta mucho con las mujeres para resolver sus problemas cotidianos y de supervivencia mientras que la política, la economía y esos ámbitos en los que se deciden cuestiones que afectan a la vida colectiva miran a las mujeres con miedo y prevención: como si las mujeres fueran a ser extremadamente peligrosas si llegaran a posiciones de poder y pudieran decidir en representación de todos.

Y es posible que esos núcleos decisorios masculinos tengan razón en su desazón: las mujeres, ahora mismo, simbolizan la esperanza del fin de la lógica de la dominación y su sustitución por la lógica del mestizaje. A fin de cuentas, si en algo son expertas las mujeres es en la experiencia, dolorosa, de la exclusión. Por esta razón, sencilla, son mucho más capaces de entender las ventajas de una sociedad humana y políticamente plural movida por la lógica, fraternal, del mestizaje. Éste es el gran reto político que se plantea.

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