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Las voces del Cabanyal

MANUEL PERIS

Acaba de terminar la segunda campaña Cabanyal, portes obertes, con la que los vecinos manifiestan su oposición al proyecto del Ayuntamiento de Valencia por el que se pretende prolongar la avenida Blasco Ibáñez, derribar 1.651 viviendas y ofrecer a los promotores inmobiliarios una bolsa de suelo para la especulación.

La alcaldesa, Rita Barberá, ha fracasado en sus reiterados intentos de hacer de Valencia la capital cultural europea, pero con este proyecto conseguirá figurar con letras de oro en la historia universal de la infamia. No es cuestión de insistir ahora en la injusticia social que representa el expolio. Baste recordar que no hay ninguna razón de utilidad pública que justifique unos planes que sólo pretenden despojar a los vecinos de sus viviendas para entregar sus escombros a los especuladores. Un simple paseo por las calles del Cabanyal basta para comprender que para que este barrio luzca todo el esplendor de su singular arquitectura, sólo hace falta rehabilitar algunas de las viviendas.

Pero el plan del Cabanyal no es sólo un expolio a los vecinos, a quienes se pretende privar de sus casas. Es un latrocinio a toda la ciudad que puede ver cómo desaparece uno de sus espacios más notables. La salvación del Cabanyal es algo que debe comprometer la conciencia de los valencianos con sentido cívico. Si en tiempos más difíciles se pudo salvar el viejo cauce del Turia y El Saler de la misma vorágine especuladora, ahora se ha de poder, se tiene que poder salvar el Cabanyal. Si no se salva el Cabanyal, no se salvará Valencia, no nos salvaremos nosotros.

Porque por encima de todo, por encima del valor arquitectónico y urbanístico, la lucha del Cabanyal nos emplaza a la defensa de lo elemental, de las ilusiones. Antoine de St. Exupery, el hombre que sabía oir al niño que llevaba dentro para escuchar los cascabeles de las estrellas, decía que lo maravilloso de una casa no es que abrigue o caliente, ni que uno sea dueño de sus muros, sino que pueda depositar en nosotros "provisiones de dulzura". Lo maravilloso es que la casa pueda formar en el fondo del corazón "ese macizo oscuro, del que nacen los sueños como aguas del manantial".

En los últimos años he paseado mucho por el Cabanyal y he disfrutado de la escala humana de sus casas y calles, de su urbanismo amable, en el que aún puede oírse el silencio a media mañana. Estos últimos días cincuenta viviendas han abierto sus puertas para exponer los cuadros de los artistas que se han sumado a la defensa del barrio. He entrado en algunas de estas casas Y más allá de las pinturas y de las esculturas, he disfrutado con la rama de una buganvilla que surge en el patio de un vecino y pasea sus ramas por la terracilla de otro, o con un trocito de mar por la ventana sobre el fregadero de una cocina. Pero sobre todo, me ha conmovido la voz de los dueños de estas paredes, ricas, inmensamente ricas en dulzuras. En estas paredes el arte empequeñece ante el gesto, inmenso, de abrir la puerta al otro, de romper con la voz amable la distancia que separa al extraño, al visitante, que aquí se convierte en próximo, en vecino con el compartir la palabra.

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El Cabanyal nos retrotrae a lo mejor de nosotros mismos, la voz humana, tantas veces tapada en el ruido de la ciudad asediada.

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