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La construcción nacionalista

EDUARDO URIARTE ROMERO

La sensación de buenos, tontos y confundidos no se la puede quitar nadie a los líderes del PSE y PP por haber estado en las concentraciones del pasado día 3, donde lo que se destacaba era la vuelta de los presos a Euskal Herria. Su lugar hubiera estado en la convocatoria de Denon Artean, donde el mensaje era claro y rotundo, junto a Juan María Bandrés. El acudir a las del lehendakari fue una concesión más en el atolladero en el que el PNV nos ha metido a todos. No les vamos a negar a Iturgaiz o Redondo su buena voluntad, que supera ese inmovilismo que les achacan los nacionalistas, incluso para salir insultados.La historia de los nacionalismos triunfantes en este siglo, que acabaron, como no podía ser de otra manera, en regímenes totalitarios, está llena de bienintencionadas concesiones.

Las concesiones, en Euskadi, están legitimando un proceso que acabará, como siempre, en una noche de cristales rotos. Aquí, en el denominado proceso de paz, que EH denomina proceso de construcción nacional, aunque sea proceso de construcción nacionalista, los elementos de reconciliación y tolerancia brillan por su ausencia. Los referentes son políticos, son nacionalistas, y a ello se deben supeditar el resto de las fuerzas políticas bajo el chantaje de no liquidar el proceso de paz. Valdría la pena supeditarse a un proceso de paz, pero en ningún caso a un proceso de paz tan cercanamente chantajeado por la violencia, y mucho menos a un proceso de construcción nacionalista, por esencia violento, chantajeado por la vuelta de la violencia.El problema, de seguir este proceso, es que la violencia no se supera nunca, sino que, por el contrario, queda entronizada.

No es ajeno a la ideología y planteamientos políticos de ETA la práctica de la violencia política. No es algo coyuntural sino esencial; los planteamientos ideológicos y reivindicaciones políticas garantizan y avalan la violencia. De legitimarse sus planteamientos ideológicos y políticos, legitimaremos la violencia. Esperemos que la ósmosis ideológica que padece el PNV respecto al mundo de ETA no le alcance a asumir la violencia. Por lo demás, habría que recordar que la violencia no desaparece con el triunfo del nacionalismo. Cuando no quedan enemigos que liquidar, se inventan. ¿Hasta dónde los no nacionalistas con buenas intenciones estamos generando la confusión necesaria para el triunfo de la violencia social? Es cierto que hay que atraer, seducir, a los violentos al sistema democrático, pero, después de haberse ido el PNV a su terreno, ¿vamos a proseguir el proceso de legitimación de ETA que el PNV ha promovido?

Nunca he visto a ETA más legitimada para proseguir la lucha armada que en estos momentos, nunca he visto a la sociedad vasca más despistada y confusa que en estos momentos, o con una prudencia tan exagerada tras el silencio. Esta situación ofrece el precedente histórico típico para los arrojados activistas del nacionalismo radical. Los nacionalistas que desean superar la violencia ampliando el proceso soberanista nos descubren que es la violencia el motor de la superación, que es la causa de esa superación, que es la esencia de ese y todos los nacionalismos, que es el fin de todos ellos. Históricamente se dan muchos casos de nacionalismos que han alcanzado el poder y sus objetivos, pero nunca superaron la violencia, porque ésta, desde sus orígenes, se había convertido en esencia y garantía del proceso de construcción nacionalista.

En estas encrucijadas las concesiones y legitimaciones políticas, la promoción de la confusión, lo único que favorece son las condiciones favorables para el nacionalismo radicalizado. Nos convendría releer determinados pasajes de este siglo que acaba, probablemente el más violento y cruel en la historia de la humanidad. No es nuevo lo que pasa en Euskadi.

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