¡Ciclistas de todo el mundo, uníos!
Cuando salgo en bicicleta acompañado por mi amigo, pequeño empresario y antiguo maoísta en su época de estudiante de Económicas, bromeamos sobre las incidencias que se producen en la carretera aplicando el viejo esquema de Mao sobre las contradicciones. Hoy parece que la contradicción principal no está entre el proletariado y la burguesía, sino entre ciclistas y automovilistas en las carreteras españolas.Y establecemos distinciones y similitudes. No todos los ciclistas son iguales. Los hay con bicicletas que cuestan más de un millón de pesetas, con cuadros de carbono o titanio, serían los obreros cualificados que han conseguido un cierto estatus en su trabajo, los antiguos contramaestres de las empresas, pero, al fin y al cabo tienen que pedalear. Están los campesinos, con sus viejos y pesados aparatos de tubos de fregadero. Entre ambos una clase variada como la misma clase obrera y, ¡cómo no!, están los ecologistas, que hacen de la bicicleta su seña de identidad, como los antiguos anarquistas. Para ellos los coches deberían estar reducidos a lo ínfimo y todos deberíamos ir en bicicleta para evitar la polución y respetar el medio ambiente. Son los fundamentalistas del velocípedo.
Al otro lado están los coches, la burguesía, los propietarios de los medios de producción, que controlan la carretera y que, como los ciclistas, hay diversas variables. Los camiones son el poder financiero, dominan todo el espacio y hay que tener mucho cuidado que su rebufo no te tire porque es difícil que respeten el metro y medio de distancia que señala el Código de Circulación. La furgoneta o el coche pequeño son los representantes de la pequeña burguesía que en unos casos disminuyen la velocidad y en otros pitan insistentemente para que te apartes porque les molestas. Ellos no son obreros, son propietarios y tienen un taller con dos o tres empleados. El coche señorial o el de muchos caballos que con la radio puesta desprecia al cicloturista, pasa a su lado casi rozándolo.
Hay, sin embargo, una burguesía respetuosa, son los empresarios emprendedores que obedecen las normas de tráfico, disminuyen la velocidad y adelantan adecuadamente: ellos recuerdan que también han pedaleado, o pedalean todavía para sacar adelante su empresa.
Mientras seguimos con las bromas van pasando los kilómetros (70 o 90) de carreteras sin arcenes o son pequeños o están llenos de todo tipo de objetos inservibles que hay que ir esquivando para no pinchar o caer y en estos casos el casco puede salvarte de golpes en la cabeza. Algunas veces tenemos la suerte de encontrarnos con carriles o arcenes bici, que nos dan seguridad: hemos entrado en el estado de bienestar y nos sentimos protegidos. Muchas peñas con 15 o más ciclistas nos pasan, compitiendo, picándose entre ellos, para llegar a un punto de encuentro, que suele ser un bar de carretera o de algún pueblo y allí comen su bocadillo y, en muchos casos, beben cerveza o vino. Después, la vuelta, bajando pendientes a más de 60 kilómetros por hora y en ocasiones sin respetar ceda el paso, stop o semáforo que se presente. Pensamos que así no se podrá conseguir un buen índice de productividad como en otros países de la Unión Europea. Allí todo está más controlado y una vez que la socialdemocracia ha aceptado el mercado y la burguesía las prestaciones sociales, todo el mundo parece respetarse más y se adecuan las infraestructuras para que la circulación de automóviles y ciclistas sean compatibles.
Después vienen los teóricos. Son los intelectuales orgánicos que interpretan el mundo y hacen análisis sobre por qué España es el país con mayor índice de siniestralidad -800 muertos entre 1980 y 1998, y más de 17.000 heridos-. Parece que es el coste de tenemos que pagar para alcanzar las cuotas de otros países desarrollados. Como en la industrialización española, como las conquistas sociales en la historia del movimiento obrero.
Discutimos sobre la reciente aprobación de la Ley que modifica diversos artículos del Código de Circulación y que ha producido múltiples reacciones. Al final concluimos que los problemas de educación vial no se solucionan con una ley, es un proceso largo y este país llegó a la educación obligatoria y gratuita hasta los 14 años en 1970, y hasta los 16 años en 1989. Pero aún así ya podemos circular en paralelo, tenemos que llevar casco en las zonas interurbanas -no en las ciudades o pueblos-, y ponernos prendas reflectantes para que se nos distinga mejor. Con todo, como afirma ese minucioso y gran aficionado que es Alfonso Triviño, abogado por más señas, no hay que dejar lugar a equívocos en la interpretación del artículo 3º de la recién aprobada ley y los coches que circulen en línea recta deben dar la preferencia al ciclista que les salga por la derecha, tal como establece el artículo 21 del Real Decreto 339/1990 que aprueba el texto de la Ley de Tráfico.
Sí que es verdad que quedan muchas cosas por reglamentar: aún está vigente la obligatoriedad de llevar timbre, como debe ser para los ciclistas la circulación nocturna, la edad para circular en solitario, hasta qué edad pueden transportarse niños en bicicleta... Pero sobre todo lo que faltan son infraestructuras y educación, mucha educación vial. El ciclista debe dejar de ser un elemento extraño en la carretera como lo consideraba nuestro primer Código de Circulación de 1934 y ha ser considerado como un vehículo más para trasladarse o hacer deporte. Se ha iniciado un camino con unos cambios que no satisfacen a todos, como tampoco satisfacían las leyes que a principios de siglo regulaban el trabajo de las mujeres y los niños o las leyes sobre jubilaciones, por ejemplo. Si hemos sido capaces de pactar el Estado del Bienestar, ciclistas y automovilistas -dueños absolutos del asfalto hasta ahora- podemos lograrlo también. Ya lo decía Borges "en el decurso de la vida hay hechos modestos que pueden ser un don".
Javier Paniagua es diputado nacional del PSPV por Valencia.
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