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Raimon y Galileo

MANUEL TALENS

Cuando ya está a punto de terminar el año (que no el milenio: ése sólo acabará el 31 de diciembre del 2000, pues ni año ni milenio se cumplen en enero, sino en diciembre), se me ocurre que no es una mala idea reflexionar desde esta página sobre cuáles son los acontecimientos que más me han impresionado de la vida valenciana en este ya viejo 1999.

Desecho de un revés las elecciones autonómicas y municipales de junio, pues aunque den mucho juego para sociólogos, historiadores y demás profesionales de la cosa pública, son sólo una fantasmada más del guiñol en que se ha convertido la democracia, controlada por asesores de imagen, campañas subliminales de propaganda, cifras falsas y ese engaño mayúsculo que consiste en afirmar que los elegidos representan al pueblo, cuando en realidad sólo son agentes de sí mismos.

Paso también por encima de las declaraciones del arzobispo, de las guerras internas del PSPV, de personajillos como el alcalde de Pego o de los crímenes terribles con que nuestra comunidad aliña de vez en cuando la crónica del bajo mundo español, y me centro en dos espectáculos que han tenido lugar durante el último trimestre: el recital de Raimon, Cançons d"amor, cançons de lluita, en el claustro del edificio histórico de la Universidad de Valencia en la calle de La Nave, y la representación de Galileo, de Bertolt Brecht, en el Teatro Principal. Con ambos, Valencia ha pagado con creces su cuota a lo que debe ser el arte: un revulsivo social.

Raimon Pelejero, el abuelo de lo que en Cataluña se llamó la nova cançó y en el resto de España la canción de protesta, sigue vivo y produciendo música para deleite de un público selecto. Es cierto que nunca fue un compositor de talla y que no pasará a la historia del contrapunto ni de la melodía desgarradora. Su lugar es otro: el de un hombre comprometido con el tiempo que le ha tocado vivir y que utilizó todas las energías que llevaba dentro en la defensa de las libertades y en la reivindicación de una lengua entonces subyugada.

Yo lo vi actuar por primera vez hace ya muchos años -más de los que quisiera admitir- en la Universidad de Granada, cuando los grises rondaban por todas partes y él se jugaba la integridad física en cada canción. El pasado 23 de octubre, en el imponente claustro de la Universidad y ante Luis Vives, su presencia fue el merecido homenaje a toda una trayectoria de honradez y fidelidad a sus raíces. Cantó mucho, pero me quedo con un tema, que resume su vida: Animal d"esperances i memòria, porque, como dice, "no he volgut ser humà d"altra manera... i amb les últimes ratlles del dibuix... escoltaré els meus morts... negaré decepcions, continuaré esperances".

Galileo, la hermosísima obra de Bertolt Brecht, regresó a Valencia después de haber triunfado en primavera en el Teatro Olimpia. En ella Manuel de Blas, un actor de los que hacen estremecer, desgranó palabra a palabra toda la acidez materialista de ese otro gran comprometido que fue el autor alemán, y demostró que los tiempos han cambiado poco a pesar del paso de los siglos: la estupidez sigue en el poder y, el genio, relegado en su rincón. Lástima que Enric Valor esté ya tan mayor y no haya podido acercarse al Principal: en Galileo hubiera visto una fotografía conocida.

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