La Purísima, dogma real

En Vila-real -"són carlistes o camalluts", según Moncofa- todavía dividen el universo entre rosarieres y purissimeres, su relación fue de enconado enfrentamiento; recuerda monseñor Tarancón, cura que fue de sant Juame, que "eran las familias enteras las que tomaban parte en esa rivalidad, hasta el punto que se podía decir con verdad que los villarrealenses estaban divididos por motivos religiosos". No es difícil adivinar la acción de los dominicos con el rosario y de los franciscanos con la puridad.El asunto venía de lejos y de lo hondo. Llull no es santo por defender la Inmaculada ("Potuit, decuit, ergo fecit"), mientras Tomás de Aquino y su orden se oponían con el principio de la universalidad del pecado original; una polémica cruda, viva y popular aquí, cuando no se discutía la lengua. Nuestra casa real era franciscana y purisimera: en 1333 Alfons II ya fundó una cofradía; en 1394 Joan I decretó en la lulista Valencia (inventora desde el italiano del nombre Conxa) la solemnización de esta fiesta -nacida en oriente, panaghia, cerca de la inmaculada Diana- en toda la Corona -en 1476 aceptada por Roma- y prohibió predicar en contra, imponiéndoles el exilio, lo ratificó Martí l"Humà hace 600 años; en 1415 una pragmática real consideraba delito de lesa majestad contradecir el dogma (definido por Pío IX en 1854) y las Corts aprobaron que los inquisidores no fueran jueces en el asunto por dominicos. El primer libro impreso en 1474, escrito por judíos conversos, es una letanía; la primera pintura, de Joanes, está en la Compañía. La Universitat de Valencia fue pionera en defender el misterio en 1530; la borjana de Gandia no confería grados sin jurar esa doctrina, motivo de fiesta de Benissa, Ontinyent o Montfort, emblema de la monarquía valenciana.