Espíritu de geometría
¿Podríamos hablar sin la geometría? Se nos cuela por todas las costuras del idioma, sin casi darnos cuenta. Inevitablemente, los políticos y los medios de comunicación, aliados en la locuela (que parece diminutivo de loca, pero es sólo pariente de locución). Apenas a los chicos vascos o equivalentes les da por travesear algo, salen con eso de que "va en aumento la espiral de la violencia". Nunca es una recta pujante o un zigzag que, a sacudidas, trepa como la fiebre de un colérico: es una espiral, sin excepción imaginable. Se trata de una metáfora perfectamente válida, idiomáticamente bella, esta de la violencia vista como un tornado que se empina vertiginoso hacia arriba girando alrededor de un punto. Lástima que no sea invención nuestra: hace mucho que la conoce el inglés. Y lo malo que tiene es la asiduidad en los medios, proclives a las frases hechas, tanto de la violencia como de su dichosa espiral; cuesta reconocer talento en quienes se mueven por el papel o las ondas agarrados a tales lianas. Bastaría decir que aumenta o crece la violencia, pero ese aumento, dicho así, parece sin alma, y, sobre todo, es ajeno al dialecto que muchos comunicadores emplean para dirigirse al público.Pascal afirmaba de los geómetras -él lo era, y genial- que "son rudos e insoportables", y escaseaban los que, además, poseían "esprit de finesse". Gran razón la de tan enérgicos adjetivos si se aplican a los repetidores de la metáfora espiralina, cuyo forjador la creó con un golpe de ingenio sin sospechar que estaba fabricando una muleta para que cientos de informadores renqueen con ella por la prosa.
La aportación de tropos geométricos al caudal de las lenguas ha sido desde antiguo muy considerable: la nuestra, en el lenguaje del amor cuenta, por ejemplo, con el triángulo; los narradores eróticos de principios de este siglo -en donde, pese al estruendo del milenio, vamos a permanecer aún todo el año 2000- llamaban horizontales a las damas de cama fácil. Hay gentes que todo lo ven bajo un prisma; Galdós los llamaba prismáticos. Por los años cincuenta, señoritos y señoritas mutuamente condignos fumaban cilindrines mientras castigaban la pepsi con gin, y se dedicaban a tumbar la aguja de sus lentos bólidos por la carretera. El mundo social ha entrado a saco en el sacro recinto de Euclides; contamos con círculos de labradores, de bellas letras, aristocráticos, de fumadores: la tira. Existen las altas esferas, los sectores afectados, los polígonos de desarrollo y las curvas de crecimiento. En las demandas salariales, se piden a lo yanqui aumentos lineales para todos; por lo contrario, el también yanqui puntual es lo que afecta sólo a algo concreto; se habla de la pirámide de edades; se ven las cosas desde un determinado ángulo; el Congreso se deja de asuntos centrales -la formación humanística, por ejemplo- y se sale por la tangente. Un juez -salvo excepciones- es recto, y su trayectoria, por tanto, rectilínea; pero hay ocasiones en que se pasa de la raya (¡qué cruz!). Pero no por eso deja la Tierra de girar alrededor de su eje y del Pentágono, cuyo radio de acción ya está llegando a Marte.
Frente a la espiral, la recta; mientras aquélla se vuelve y revuelve sin saber hasta dónde, la recta lleva como una sombra el adjetivo final. Cuando falta ya poco para que algo acabe (el curso, un partido de fútbol, un proceso... ), dicen de ese algo que ha entrado en su recta final. Se trata de otra estampación lingüística de percalina. Con esa plantilla, desaparecen cien variaciones posibles para decir lo mismo, pero la jerga profesional político-mediática, esa santa alianza, impone el bordoncillo hasta producir bascas. ¿Y si el final termina en curva? Lo normal es que sean rectilíneos los metros últimos que han de recorrer compitiendo los semovientes de sangre o de hidrocarburo. Pero, por ejemplo, el remate de un curso escolar suele estar lleno de sobresalto, y alumnos hay que lo recorren por sinusoides: ni locos dirán que el curso está en su recta final, cuando muchos han de seguir corriendo durante el verano. Otro topicazo geométrico de los que manan a cada momento por altavoces caseros y columnas de papel.
Nuestros indefectibles amigos los cronistas del deporte han lanzado no hace mucho otro en verdad útil: cuando, por ejemplo, un chavea de quince años muestra habilidad sobresaliente con el esférico en sus pies, se asegura de él que tiene gran talento y una inmensa proyección. No es que su sombra se alargue por el campo, sino que lleva un carretón: podrá integrarse pronto en esos conjuntos de millonarios que, miércoles tras sábados y domingos, cambian el pantalón largo por el corto, y encienden pasiones por los estadios. Sus bardos -son muchos- prefieren proyección a "futuro" o "porvenir" porque, claro es, tal nombre está más cerca del inglés proiection.
Y dentro de ese gremio y de ese espíritu de rudeza -según el diagnóstico de Pascal- figuran entre los geómetras de esparto unos cuantos preciosos ridículos que, cuando un jugador cae, pierde la verticalidad, a no ser que, después de haber sido empujado y trompicado, se quede en pie: entonces no ha perdido la verticalidad. Ni Paravicino en plena hoguera barroca hubiera segregado joya semejante.
Pero hay otra grey, la que envía publicidad por fax -¿para cuándo una ley que, como en otras partes, la prohíba?-, que no conviene perder de vista por lo innovadora. Me faxea una empresa dedicada a adaptar "las nuevas herramientas de marketing al segmento de jóvenes". Hace tiempo que no presenciaba tantas cornadas juntas a la lengua española. Los adolescentes son para tal empresa teens, como en Texas; suman nueve millones y medio, según su cómputo, y constituyen "el target más potente en cuanto a números [sic] y poder de compra". Son ellos quienes definen lo que es cool y lo que es out; de ahí la necesidad de un marketing directo, one-to-one y de cross promotions con tan apetitosos compradores, puesto que, hablando a lo geométrico, constituyen un segmento muy gordo de la población.
Día tras día se informa de cómo, por costas canarias o andaluzas, han sido aprehendidos unos cuantos desventurados a quienes el hambre ha lanzado al mar. Pero, sin necesidad de patera, van penetrando en el lenguaje público mensajes que corroen nuestro idioma, es decir, nuestro ser. Nadie reacciona; Francia hizo un intento de poner frontera al suyo, y algo ha conseguido. Sería un espectáculo interesante ver a nuestros diputados discutiendo un proyecto de ley similar, aunque fuera más tímido.
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