Melancólica alarma
Aunque son muchos los que me han advertido del carácter obsesivo de don Antonio Elorza, no renuncio a expresar mi melancólica alarma por las repetidas veces en que convierte su manía persecutoria en manía perseguidora. Siempre que puede se precipita sobre mis escritos neonatos con la celeridad de un árbitro de la cultura y la vehemencia descuartizadora de Jack el Destripador. Hace algunos meses ya comenté en el despacho de dirección de EL PAÍS que estaba convencido de que saldría publicada antes la condena de Elorza que el libro condenado. Casi. Así como en el pasado acusó de castrista a Y Dios entró en La Habana, libro que no tiene permiso de entrada en Cuba, ahora reduce una alucinada lectura de Marcos: el señor de los espejos al aprecio de una clásica oferta de mística utópica a cargo de un turista revolucionario, cuando el libro es precisamente lo contrario, lo que ocurre es que no todo el mundo utiliza la misma razón pragmática. De paso aprovecha la ocasión para demostrarnos que es más listo y honesto que todos nosotros juntos, y al decir nosotros digo nosotros, señor director. Desasosegado, pero reacio a aceptar que Elorza haya perdido la facultad de leer a los demás sin tratar de leerse a sí mismo, invito a que por el bien de tan celoso cilicio del espíritu nos preocupemos por el estado intelectual de don Antonio, que tal vez regresara seriamente dañado después de su heroica participación en la guerra del Golfo. No es el único afectado por las secuelas de aquella guerra, y hay que garantizar el ecosistema intelectual que permita la supervivencia de tan vigilantes moscas orgánicas.- .
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