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Monta

NEGRITASYa no es una broma: el Ayuntamiento de Granada necesita con urgencia un mamporrero que ayude al caballo Kurafi a montar a la yegua Laila. Al potro resultante, si es macho, lo podrían bautizar Boabdil, y desfilar en la renovada conmemoración de la Toma de la ciudad, o Sherezade, si es yegua, para el espectáculo de las mil y unas noches que los andalucistas pretenden montar en la Alhambra. José Moratalla, alcalde de la ciudad y nuevo presidente de la Federación Andaluza de Municipios y Provincias, lleva razón: los municipios asumen cada día nuevas e insólitas competencias sin que aumenten las transferencias económicas. La concejal María José López ha explicado que los granadinos pagaremos 600.000 pesetas anuales por alimentar, cepillar y domar a los hermanos caballos, como diría san Francisco. Los gastos por el cubrimiento de la yegua van aparte. Qué cueste la monta de los caballos y la construcción del pesebre son incógnitas que se despejarán una vez que los técnicos -¡qué cosas hacen los técnicos!- autoricen la unión.

Pero si sorprendente es que la municipalidad tenga que contratar a un propio para dirigir el miembro de Kurafi no menos extraña es la partida de quince millones prevista por la delegación de Deportes de Jesús Valenzuela para subvencionar puñetazos en el hígado o en la mandíbula.

Un combate de boxeo con ayuda pública tiene que garantizar, bajo la fe del secretario, la eficacia de los golpes, no sea que los púgiles simulen el ardor de los golpes y el Ayuntamiento pueda incurrir en cohecho o prevaricación boxística (pagar a sabiendas subvenciones a luchadores conchabados en el tongo) y luego vienen las querellas, las visitas a los juzgados y las interminables lecciones de moral.

Eso sí: si hay que impartir moral y reprochar conductas mejor hacerlo en vida que no esperar a la muerte. Justo lo contrario a como hizo el párroco de Capileira que, en pleno funeral, lanzó una soflama estremecedora contra las cenizas de un difunto al que consideraba un notable pecador. El cura voceó a las cenizas, con la vana esperanza de que oyeran su terrible recordatorio, levantó su dedo acusador pero, salvo los deudos, nadie se sonrojó de vergüenza.

El Arzobispo ha abierto una indagación. ¡Si las cenizas hablaran!

ALEJANDRO V. GARCÍA

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