"Más peligroso que el criminal es el olvido"
Por dos días. Jon Sobrino, de 61 años, escapó al asesinato de sus compañeros de comunidad y del de su cocinera Elba y su hija Celina, de 15 años, por dos días. Estaba en Tailandia, a miles de kilómetros de El Salvador. El mismo día de la matanza de la que ayer se cumplieron 10 años, un amigo desde Londres le dio la terrible noticia. Le habían arrasado toda su comunidad, inmisericordemente. Se quedó solo e impotente."A quien se mete en El Salvador no le queda más remedio, si le guía la honradez y la humanidad, que estar del lado de los pobres y exponerse. Exponerse hasta perder la vida. Exponerse a la violencia de quienes, católicos y todo, van a matarle a uno en nombre de Dios", decía Sobrino cuando todavía no era huérfano de sus hermanos.
El día 15 de noviembre, el alto mando militar salvadoreño se reunió para tratar los asuntos militares del día. Al final de esa reunión, todos ellos se tomaron la mano e invocaron a Dios. Al día siguiente se perpetraba la matanza. En Tailandia, alguien le preguntaba a Jon Sobrino, casi sin poder creerlo: "¿Y en El Salvador hay católicos que asesinan a sacerdotes?".
Con munición brutal, de esa que estalla dentro cuando alcanza su objetivo, fueron asesinados el rector de la Universidad Centroamericana (UCA), el español Ignacio Ellacuría; los sacerdotes de la misma nacionalidad Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López y Juan Ramón Moreno, y el salvadoreño Joaquín López-López. Junto con los jesuitas fueron asesinadas Elba y Celina. Simplemente, por estar ahí, haber visto y poder contar. Todos los padres jesuitas estaban amenazados de muerte desde 1977. En El Salvador se llegó a lanzar folletos que decían: "Haga patria, mate a un cura". "Se mata al que estorba", aseguraba ayer Sobrino parafraseando a monseñor Romero, muerto de un certero tiro en el pecho en 1980 mientras celebraba misa, asesinado, quitado de en medio por las órdenes de quien el mundo sospechaba, el fundador del Partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena), el fallecido D"Aubuisson.
"Se mata a quien defiende al pobre, al que busca instaurar la justicia. Irónicamente, se mata a gente que ha tenido un gran amor hacia los demás, como Gandhi, Romero o Martin Luther King. Estorba quien dice la verdad y pretende desenmascarar la mentira", relata convencido el padre Sobrino desde su despacho en el centro pastoral de la UCA.
Pero diez años después, y pese a que "terminó la violencia bélica, el número de muertes violentas sigue siendo altísimo, de modo que en algunos años se ha equiparado al de los años de la guerra civil [más de 70.000 personas murieron asesinadas durante una contienda que duró más de diez años]", prosigue Sobrino. Y agrega, alarmado, que "la asignatura pendiente sigue siendo la falta de verdad". "Es cierto que hoy hay más libertad de información, aunque la batalla por la verdad, que no es exactamente lo mismo, sigue siendo absolutamente necesaria y ahora parece perdida. Las amnistías precipitadas y el control encubierto de los medios dificulta mucho llegar al fin de los hechos", cuenta el padre jesuita, que enfrenta la siguiente pregunta casi con desidia.
"¿Qué quiénes los mataron? Pues los de siempre", responde armándose de paciencia a la hora de volver a contar la evidencia. "En la muerte de los mártires apretaron el gatillo los soldados, los escuadrones de la muerte. Pero existe una responsabilidad intelectual en los altos mandos militares de El Salvador, sin que hoy en día todavía se llegue a saber con exactitud la participación del entonces presidente, Cristiani, antes, durante y después del hecho", cuenta mientras comienza a crecerle la emoción.
Enterrarlos bien hondo
"Pero a la larga, más peligroso que el criminal que asesina a un mártir es el que le da muerte con el olvido", sentencia Sobrino, seguro de que éste no será nunca el caso de Ellacuría y sus compañeros. "Los grandes poderes de este mundo quisieron hacerlos desaparecer, y ahora los quieren ignorar y enterrar bien hondo", afirma el religioso, para inmediatamente esgrimir que son muchísimos más quienes recuerdan a Ellacuría. "Nunca olvidarán a Ellacuría todos aquellos a quienes nadie les ha pedido opinión ni les ha dado palabra, aquellos para quienes la vida y la dignidad es su única pero máxima aspiración", puntualiza.Y finaliza con el propósito de una lucha eterna contra la impunidad. "Porque es la impunidad la que ha creado una cultura de la violencia. Los asesinos se dicen "asesinar no debe ser cosa tan grave cuando casi todos han escapado a tan horrendos crímenes sin castigo".
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