La derrota del encanto
Gorbachov no es hoy un hombre de su tiempo, pues patina estrepitosamente sobre la realidad. Pero es que en su día tampoco lo fue. Con los buenos propósitos como única arma, el poder se fue derritiendo en sus manos como una nevada muy tenue. Su perfil queda bien dibujado en el documental que hoy ofrece Documanía (22.00, Canal Satélite Digital), y que, lejos de los simplistas análisis que habitualmente le ensalzan sin más, ignorando las voces que llegan del Este, queda equilibrado con un agridulce relato de su debilidad.Son muchos los preciados testigos que desgranarán esta noche su visión del primer y último presidente soviético, desde Bush a Thatcher o Raísa Gorbachova. Pero el que sin duda aporta más a la verdad es un protagonista anónimo, desconocido, que cambia de cara, pero no de voz: el pueblo. En sus primeros escarceos en público, rompiendo esquemas en el adormecido pueblo soviético, Gorbachov sacudió la capacidad de reaccionar de la gente al mezclarse con ellos y preguntar:
-Nos tienen que dar ideas. ¿Qué debemos hacer para cambiar las cosas?
-Estar más cerca de nosotros -se atrevió a contestar una mujer.
-¿Más cerca que ahora? -dijo Gorbachov, apretado entre el gentío, provocando una explosión de risa alrededor.
Una risa nueva, risa espontánea, ilusión. Eso fue en 1985, cuando empezó la ofensiva del encanto.
En el 88, sin embargo, año de colas y campaña contra el vodka, la multitud que le rodeaba era ya una multitud elegida expresamente para la ocasión. Nadie rió cuando el ya más debilitado Gorbachov preguntó: "¿Estáis perdiendo la fe en la perestroika?". Ninguna respuesta, sonrisas heladas. Y más patético fue aún su viaje a Lituania, adonde acudió para dejar claro que el muro sólo iba a caer en Berlín. Allí le esperaba una pancarta de la independencia, y él preguntó a su portador:
-¿Y quién le ha hecho abrigar esa idea?
-Yo mismo.
-¿Usted mismo?
-Yo mismo.
Dos meses después, Lituania proclamaba su independencia. Y así como, por fortuna, Gorbachov dormía mientras caía el muro, por desgracia durmió cuando sus tropas atacaron en Lituania, en una intervención que él no ordenó.
Gorbachov ya no mandaba. Después del golpe de 1991, cuando Yeltsin ocupó el vacío entre un presidente secuestrado y unos golpistas borrachos, el presidente soviético cometió su mayor error. Al regresar a Moscú desde su arresto en Crimea, cuando más tenía que haber acudido al pueblo, cuando ante la Casa Blanca rusa le aguardaban las 200.000 personas que le habían salvado, se fue a su dacha de Moscú. Después lo perdió todo.
Poco nuevo se puede decir todavía sobre la era Gorbachov. Pero es siempre un placer recordarla.
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