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Libros en el mercado

JAVIER UGARTE

Entro en las librerías y veo esas horrendas columnas de libros de aspecto aséptico y presencia de manuales de bricolaje clínico tal vez, que deben ser -eso me dicen, pues uno los evita- decenas de ejemplares repetidos del último éxito comercial del escritor norteamericano Tom Wolfe (omito el título, el librero se lo dirá encantado; o guíese usted por las columnas, no tiene pérdida). Éxito comercial que ya se preveía antes de que el librito de marras se editara. De ahí la larga tirada, etc. Claro que no lo fiaron todo al azar. Y en España, por ejemplo, el dandy neoyorquino protagonizaba las portadas de las dos revistas semanales de mayor tirada, justo -¡oh, casualidad!- el domingo anterior a su puesta en venta en todas y cada una de las librerías del país (de España, se entiende). No me pregunten cómo se produjo semejante concurrencia, ni seré yo quien diga que todo ello tuvo que ver con Ediciones B, editora en lengua castellana del caballero.

Llevo, por contra, meses buscando un excelente libro editado en 1979, que, al parecer, aún podría encontrarse en los estantes de alguna librería de viejo. Y, miren por dónde, no hay manera de dar con uno (hasta fallan las direcciones de Internet). Claro que esto pudiera considerarse rara extravagancia: después de todo, se trata de una edición vieja y devaluada, que nada tiene que ver con el caro libro antiguo para coleccionista. Pero pueden preguntar ustedes en una gran librería por un libro de 1996 y recibir con probabilidad la respuesta de que ellos no trabajan con ediciones "tan viejas". Vamos, que también el libro se ha convertido en mercancía con fecha de caducidad; y con un deterioro equiparable al pescado o la leche fresca.

Los autores comienzan a ser conscientes de ello (no son tontos), y tiene uno la sensación de que toman buena nota de su deuda para con el mercado. ¿En detrimento de la escritura?. Desde luego, lo ha hecho Tom Wolfe, quien sostiene que la calidad literaria de una obra la da el mercado: a más ventas, mayor calidad. Este punto de vista le ha llevado a una agria polémica con sus compatriotas Norman Mailer y John Updike, quienes, manteniendo otros referentes sobre la calidad literaria de una obra, creen que el último libro de Wolfe no pasa de ser una novela entretenida para pasar un buen rato. No más.

Sin embargo, ¿puede ignorar el autor, en su engreimiento, que su libro ha de ser leído y comprendido por un público progresivamente más numeroso? Recientemente, un escritor vasco contestaba negativamente a la pregunta. Creía que el novelista debe escribir siendo consciente de esa servidumbre con el público medio. Claro que esto puede conducir al abandono de todo gesto genuinamente innovador (no hablo ya del experimentalismo de las vanguardias), a una literatura hecha para la medianía, a una escritura mediocre, narrativamente aceptable y de estructura fácilmente comprensible. Podría conducir al abandono del verdadero impulso creador que nace de la emoción o la inteligencia del autor, del escritor de raza.

Con editoriales que orquestan grandes programas de lanzamiento, suplementos semanales de literatura que tienden a hacerse eco de los libros del grupo, con críticos literarios que elogian a los amigos y desacreditan a los otros (me viene a la mente cierto presentador de televisión, hoy en la radio, que sacaba en los telediarios libros de sus amigos), y aun desaprobando las formas e incluso el fondo del libelo crítico, La Fiera Literaria, que magnifica todo lo anterior hasta el esperpento (y bien sabe Dios y algún lector que no desapruebo el libelo), uno tiende a ver últimamente las librerías llenas de medianías literarias. Apenas algo genuino: Atxaga sencillo y fundacional cuando escribe cuentos, sólo cuentos -por citar a los de casa-, o Juaristi con su nervio intelectual -se esté o no de acuerdo- y su prosa clara, vigorosa y elegante. Hoy apenas si hay sitio para aquella idea romántica de Schlegel: "La esencia de la poesía lírica consiste en el deseo que tenemos de retener en el fondo de nuestro pecho una emoción, bien melancólica, bien agradable, y de prolongar su duración". El mercado lo hace imposible. Me temo que la calidad literaria no es democrática (sin adjetivos, por favor).

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