_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pego

Miguel Ángel Villena

MIGUEL ÁNGEL VILLENA

Vista desde el resto de España, la Comunidad Valenciana aparece como un lugar plácido y luminoso, recostado sobre las azules aguas del Mediterráneo y apenas salpicado por unos cuantos crímenes espeluznantes. Si bien es cierto que los valencianos no figuran a la cabeza en número de delitos sangrientos por habitante, no deja de resultar evidente que las crónicas de sucesos de la prensa nacional suelen estar teñidas de un rojo con denominación de origen en Valencia, Alicante o Castellón. Desde aquella casa de los horrores de la capital de La Plana a la terrorífica residencia de ancianos de Formentera del Segura, descubierta estos días, pasando por la contaminación de hepatitis en el hospital La Fe las comarcas valencianas ofrecen un amplio catálogo de homicidas, desaprensivos, navajeros y agresores de diversos pelajes. Así las cosas, no es extraño que el próximo lunes comience en Valencia una reunión internacional sobre psicópatas y asesinos en serie. Suena a coña, pero es rigurosamente verdadero.

Los expertos acostumbran a barajar algunas razones para explicar este carácter caliente de los valencianos. Se habla de una sociedad marcada por la lucha ancestral por la tierra, se argumentan los excesos achacables a un clima cálido y húmedo, se alega la condición valenciana de tierra de paso de gentes muy diversas, se recuerda la existencia de puertos industriales... Pero, que yo sepa, nadie se ha puesto a investigar los motivos profundos del alma de un país -si existen- que llevan, por ejemplo, a las intolerables declaraciones contra las mujeres del alcalde de Pego. Porque cabrá recordar que el independiente Carlos Pascual alcanzó la alcaldía el pasado mes de junio aupado por la mayoría absoluta de los vecinos de este pueblo agrícola del País Valenciano profundo. Distante apenas unos kilómetros geográficos de la costa, pero a años luz de las sociedades abiertas al mar, algo repulsivo debe anidar en el subconsciente colectivo de localidades como Pego para que sus habitantes no hayan desalojado a un tipo como Pascual del sillón de la alcaldía.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_