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Rota

J. M. CABALLERO BONALD

Es muy difícil encontrar a un roteño que quiera hablar de la Base sin incurrir en evasivas y subterfugios. Nadie -salvo Felipe Benítez y algún que otro jugador solitario- parece dispuesto a mantener una conversación objetiva sobre este asunto, a pesar de sus gravísimas implicaciones en la vida ciudadana. Se trata, sin duda, de una contradicción tenazmente alojada en la mentalidad de los roteños y, por extensión, en la de los habitantes de una amplia zona circunvecina. Como bien se sabe, las instalaciones de la Base ocupan prácticamente la cuarta parte del término de Rota y determinan que el 63% de lo que invierte el Estado en la provincia de Cádiz proceda del Ministerio de Defensa. Pero también hay que manejar a este respecto otros datos nada desdeñables, sobre todo de índole laboral.

No hace todavía mucho se divulgó una noticia que no alcanzó la alarma social pertinente. Me refiero al proyecto del Pentágono de invertir decenas de miles de millones para ampliar la Base, construyendo un nuevo muelle que permita el atraque de toda una flota de guerra, acondicionando las pistas de aterrizaje para uso de los grandes aviones de transporte y levantando nuevos hangares con destino a los cazabombarderos. En realidad, lo que se pretende es aumentar la capacidad logística -ofensiva- de la Base para operar en aquellos países no lejanos donde EE UU programe sus guerras futuras, como ya hizo en Bosnia o Ruanda y sigue haciendo abyectamente en Irak.

Comprendo que todo eso lleva consigo un desajuste de criterios más bien incorregible. A la hora de abordar cuestiones tan cardinales como son las de seguridad o la paz al margen de las añagazas de la economía política o la industria bélica, las reacciones obedecen siempre a posturas irreconciliables. Incluso desde la izquierda se habló de supeditar la ampliación de la Base a los intereses de la región, ya que los 1.500 puestos de trabajo han ido mermando y se esperan nuevos despidos. Nadie pone en duda que el hecho de desmantelar la Base supondrían un serio descalabro para muchas familias. Pero ¿quién puede minusvalorar ese otro pacífico contrapeso que se derivaría de volver a plantar huertas en los campos militares? ¿Cómo responder con la debida ecuanimidad a tan compleja disyuntiva?

El otro día se hizo público lo que no era ningún secreto: que en la Base de Rota se habían almacenado armas atómicas durante los años sesenta o setenta. Hasta el indefenso ministro de Defensa admitió el paso frecuente de submarinos nucleares por aguas territoriales españolas. Hay asociaciones ecologistas que aseguran que hasta 1992 fondearon en la Base buques estadounidenses con armamento atómico. Siguen menudeando además las alarmas sobre el riesgo atroz de una nuclearización progresiva de Rota. La convicción de que todo eso es como una antesala del espanto y que incluso incumple el referéndum sobre el ingreso de España en la OTAN, choca de manera lastimosa con los requerimientos laborales de una comarca deprimida. Ni siquiera los fantasmas del roteño castillo de Luna saben a qué cadenas deben recurrir en este sentido. Tampoco yo lo sé.

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