El recurso de la autoedición
Muchos grupos continúan recurriendo a grabar, editar y distribuir sus propios discos
No todos los artistas y conjuntos musicales tienen la fortuna de llamar la atención de un cazatalentos y ser fichados por una compañía discográfica. Muchos pasan años comprobando cómo el sueño de hacer llegar sus canciones al mayor número de personas posible se convierte precisamente en eso, un inalcanzable anhelo. Casi una pesadilla. Y es que muchas veces los ojeadores de los distintos sellos, en vez de atender a criterios como la calidad o la originalidad, se guían por modas (buscan un grupo grunge o remueven cielo y tierra en pos de un gaitero, por ejemplo) o requisitos excluyentes (hay sellos vascos que sólo publican discos en euskera) a la hora de realizar nuevas incorporaciones. Así, muchos músicos emprendedores, a falta de una buena oferta, se ven obligados cada año a autoeditarse sus propios discos, a asumir también el rol de empresario discográfico y de distribuidor.En Euskadi, el caso más evidente de autoedición es el del cantante irunés Fermin Muguruza, quien, pese a no faltarle ofertas, creó la discográfica Esan Ozenki Records como viga maestra de su decidida apuesta por la autogestión, por el yo me lo guiso y yo me lo como. Este envite es el otro gran motivo que arrastra a los grupos a componer, grabar, editar y distribuir sus discos.
Entre ambas causas, entre el afán de autocontrol (que también ha empujado a Soziedad Alkohólika ha crear la compañía Mil A Gritos) y el último recurso, se encuentra a buen seguro el argumento que recientemente ha empujado a la autoedición a Tos De Caballo, a los grupos de reggae Potato y Akatz, a bandas de pop como Arde Asia, Kubanakan y Sobrino Sobrado, a los skatalíticos Starlites, a los punkis Eskarmiento, a los metálicos Subliminal, a los folkies Gartxot, al coro Miserere, al quinteto de rock sureño Ayre y al cuarteto de pop rock y rock and roll John Wayne.
Todas esas bandas han sido cameladas por una serie de ventajas entre las cuales se incluyen el control absoluto sobre el resultado final, al no existir presiones ni censura, y el hecho de que siempre conviene tener algo grabado en condiciones cuando uno se dispone a recorrer el circuito de salas de conciertos y ha de convencer a los promotores, cuando llama a la puerta de una compañía discográfica o para acceder a las emisoras de radio.
Otro incentivo de la autoedición es el hecho de que no resulta excesivamente costosa (pueden fabricarse pequeñas tiradas de discos a un coste unitario que ronda las 125 pesetas), aunque, obviamente, lo más barato es que una compañía corra con los gastos. Y es que, como afirma Txomin Guzmán, guitarrista y cantante de John Wayne, grupo que acaba de invertir cerca de 400.000 pesetas en la edición de 500 ejemplares de un primer elepé titulado Grandes éxitos, "autoeditado significa autopagado".
"Todas las ventajas que tiene autoeditarte un disco, son las que te da una compañía independiente: no te dan el coñazo, tienes libertad creativa para hacer lo que tú quieras, no hay un tío que decide por ti la portada, ni el sonido, ni nada,... Y, además, una independiente te distribuye el disco. O sea, que no tiene ninguna ventaja", asegura Guzmán.
Quien tampoco titubea a la hora de poner en tela de juicio las supuestas ventajas de la autoedición es Iñigo Romera, bajista de Cujo, grupo vizcaíno con siete años de experiencia y un elepé en las tiendas que prefiere esperar a que una discográfica se interese por su obra para poner en circulación un disco grabado en diciembre de 1998. "Cuando te editas necesitas tener una infraestructura de distribución y de promoción detrás, si no sólo te sirve para vender tus discos en tus conciertos, a tu grupo de amigos y a las cuatro tiendas donde conoces al dependiente y se lo puedes colocar. Pero no vas a llegar a mucho más. Yo no le veo más que inconvenientes. Por lo general, te autoeditas y nadie se entera de que lo has hecho", afirma Romera.
En suma, quien decida apostar por sí mismo debe disponer de dinero y tiempo suficientes para pagar todas las facturas (diseño, grabación, fabricación, etcétera) y hacerse cargo de unas tareas para las que no siempre se está preparado. Y es que, por desgracia, los discos no se venden por sí solos, hay que hacérselos llegar al público potencial por todos los medios posibles.
Licencias y más facturas
Por mucho que uno tenga ánimo, canciones y solvencia económica, cualquier persona no puede plantarse en una fábrica de discos con la intención de prensar una cantidad cualquiera de ellos, ya que allí le van a exigir disponer de una licencia de productor fonográfico antes de poner en marcha las máquinas. Si no se posee, hay que solicitarla y proceder al registro de una marca identificativa, aunque lo habitual es que se alquile o se pida prestada.Asimismo, cada vez que van a lanzarse al mercado grabaciones hay que formalizar con la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) un contrato en el que se solicita permiso para reproducir ciertas obras en determinado soporte, y en el cual consta cuántos discos van a editarse, qué temas incluye, quiénes son sus autores y su precio. Según esas características, la SGAE aplica una tarifa y cobra una cantidad de dinero (alrededor del 10% del PVP) antes de su comercialización.
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