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GOLF Torneo de Valderrama

El Tigre araña su triunfo más complicado

Un error en el último hoyo priva a Miguel Ángel Jiménez de la victoria en San Roque

Carlos Arribas

El chip salió fuerte, trompicado. La bola botó y luego rodó, rodó, rodó, rodó. Sólo se paró cuando, fuera del green, chocó con el reborde de hierba alta. Lejos, muy lejos, del cilindro de 4,25 pulgadas de diámetro y 4 pulgadas de hondo que define un hoyo de golf. Demasiado lejos. Apagón. Tristeza. La realidad casi siempre triunfa. Y sin embargo...Flashback. Sólo 10 minutos antes. El orden mundial del deporte estaba ayer preparado para sufrir uno de sus más grandes revolcones cuando Miguel Ángel Jiménez, Pisha, enfiló decidido la calle del 18º en Valderrama. Estaba jugando el último hoyo del American Express, uno de los torneos más importantes de la temporada. Después de los grandes, el mejor. A su lado, un poco por detrás, en el cartel que portaba el marcado se leía "Jiménez -7" Tiger Woods, el mejor, el número uno de todo el mundo, el hombre que juega como los ángeles (si es que los ángeles le dan a esto), llevaba ya su buena media hora en la casa-club. 20 metros más allá del green del 18º. Mordiéndose las uñas. Viendo la televisión. Su tarjeta, -6. Necesitaba un error de Pisha. Rezaba por un bogey, al menos. Por otra oportunidad. Su vida le iba en ello. Su mito no podía acabar así, a manos de un español tozudo y paciente, arrugado y con bigotes, decidido y soberbio; su leyenda no podía cortarse allí, en España, cerca de Gibraltar, en Valderrama, provincia de Cádiz, a miles de kilómetros de su California, de su Estados Unidos, de allí donde es Dios. Jiménez, claro, no estaba dispuesto a darle el gusto. Pero el malagueño tampoco las tenía todas consigo.

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No había dudado ni un segundo hasta entonces. Era el día que debía confirmarle entre los grandes a sus 35 años y estaba dispuesto. No había dudado cuando su tibio comienzo (bogey en el 2) ni temblado con el explosivo inicio del Tigre (birdie en el 1). ¡Oh!, se oía por ahí, el Tigre volará y Jiménez, como todos. Quedaban 16 hoyos por delante y Tiger Woods era, por primera vez en todo el torneo, líder en solitario. A su alrededor, alrededor de la pareja que convirtió la última jornada del último torneo del año en una de las jornadas más fascinantes de la temporada, se había hecho el vacío. Olazábal comenzó penoso (bogey en el 1 y en el 3) y terminó penando; Sergio García tampoco rompió hacia delante en ningún momento y un doble bogey en el 12 (del rough del green al búnker del green, del búnker del green de nuevo al búnker del green) acabó con sus ilusiones. Y los demás, igual; los mejores del mundo, sufriendo para arañar un par, dándose por satisfechos a veces con un bogey; ganadores de grandes, ganadores de dólares, Leonard, Lehman, Perry, Price, Sutton, Westwood, Hoch. Sólo seis pudieron ayer con el par de 71 golpes, y cuatro eran de los últimos, de los +4 o +5 que salvaban su honor el último día.. Y allí Jiménez le obligó al Tigre a jugar mejor que nunca. Putts kilométricos, ups and downs (desde fuera de green un chip levanta a la bola, que bota una vez y rueda hacia el hoyo) medidos, hierros clavados. Todo, contra el viento a veces; a favor, otras. Rachas cruzadas de vez en cuando.

Una película rápida: Jiménez enlaza dos birdies (clamores en la sagrada hierba, toda Churriana celebrando, viva Pisha) en el 5 y en el 6 y se pone por delante. -5 frente a -4. Y Tiger Woods, achuchado. Alguien se atrevía a responder a su superioridad, alguien se rebelaba contra la perfección de su swing, contra la inteligencia de sus decisiones, contra la perfección de su toque. Una lección. El mejor juego del año: en sólo cuatro hoyos, del 9 al 12, del campo más difícil, Tiger Woods, el norteamericano genial, hizo -5: birdie al 9 (putt de tres metros), birdie al 10 (siete metros), eagle al 11 (increíble chip volador de nueve metros), birdie al 12 (putt de tres metros). Juego de niños. Jiménez no se arredra y, guiado por su adrenalina y su ansia, que fluyen incontroladas bajo su sereno portante, responde a cada golpe del Tigre como puede. Birdea el 10 y el 11. El Tigre responde al intercambio. Hace birdie también en el 14. -10 a -7. Pisha, recoge los bártulos y retírate. Nadie le ha remontado tres golpes en cinco hoyos a Woods, no lo olvides: ocho torneos este año, más de 1.000 millones embolsados, tres victorias seguidas antes de ayer. Pero Jiménez, qué carácter, se niega a escuchar a los derrotistas. Se remanga, trabaja y ordeña otro birdie. Es en el 14. -10 a -8. Un bogey de ambos en el 16º (el de Pisha mientras Woods juega el 17º) deja la cosa en -9 a -7. Y queda el 17º.

El hoyo 17º es una locura. Un par cinco largo, imposible casi con el viento en contra. La hierba está más corta que en ningún otro green. El green es un plano inclinado. Nadie intenta llegar de dos a green. ¿Contra el viento? ¡Qué locura! Todos se acercan con precaución y se contentan con dar un tercer golpe de 90 o 100 metros. Y en el green, dos putts. Hasta el Tigre, el pegador más duro, juega sobre seguro. Su tercer golpe, un hierro 9 vuela alto y soberbio, bota cuatro metros por encima de la bandera y empieza a descender. No muy deprisa al principio, dispuesta a pararse en cualquier descansillo. Pero acelera. Rueda y rueda hasta el agua. Un golpe perfecto convertido en un triple bogey. Los estadísticos del circuito dejan de elaborar la lista de récords del Tigre. El orden mundial del golf, del deporte, está en peligro. Un churrianero le va ganando al Tigre. -7 a -6. Y sólo queda un hoyo porque Jiménez, que conoce el 17º como si lo hubiera plantado él mismo, sale indemne de sus trampas, gracias, hay que decirlo a un extraordinario primer putt de aproximación de más de 20 metros, apuntando a Santander para acabar en Málaga.

Con un golpe de ventaja encara Pisha su último hoyo. El 18º. Y, por primera vez, como asustado de donde está y como está, con dudas. En vez de un driver utiliza un hierro 2 para salir. Tiene el viento a favor y no quiere pasarse de largo. Y con un par le vale. No necesita arriesgarse. Pero se va a los árboles. Y con el segundo golpe se va a un búnker junto al green. Pero nada está perdido. El par es accesible. La victoria es segura. Un toque de sand wedge y la bola rodará mansa hacia el agujero. Y entonces sólo necesitará un putt corto para levanta los brazos y quitarse la gorra, abrazar a su Montse y llorar su victoria. Pero el chip salió fuerte, trompicado. Bogey. Tiger Woods sale de la casa club. Calienta un poco. Play off. De nuevo al hoyo 18º. Woods sale perfecto, con su driver. Jiménez, a los árboles. El Tigre, birdie. Jiménez, bogey. El orden mundial respiró tranquilo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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