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Sicarios y sectarios XAVIER BRU DE SALA

Si alguien dotado de los conocimientos de un pequeño dios casolà pusiera en una lista a los periodistas sicarios y en otra a los sectarios, no muchos quedarían fuera de una de las dos. Apresurémonos, antes de levantar más ampollas de las imprescindibles, a quitar hierro a la frase con una confesión y una matización. Durante una temporada de mi trayectoria profesional, he estado en la segunda lista y durante otra en la primera (casi me alegra admitirlo). Tampoco en mi última etapa me encuentro completamente eximido. Y es que, ahí va la matización, el sectarismo y la sicariedad pueden medirse por grados. Hay sectarios leves, sicarios severos, sicario-sectarios moderados, y así hasta completar una sencilla taxonomía utilitaria que incluiría, en el escalón más benigno, a los muchos que se ganan la vida como y donde pueden y, movidos por un íntimo pudor, procuran no traspasar ciertos límites.Coinciden conmigo algunos observadores de la fauna periodística consultados en contabilizar mayor proporción de sectarios en la izquierda, en contraste con la superabundancia de sicarios por la derecha -que en la actualidad sigue coincidiendo con el catalanismo hegemónico-. ¿Cómo se distingue a un sectario de un sicario? Muy fácil. El sectario come de lo que cree, mientras que el sicario come de lo que no se creía cuando alquiló sus posaderas al primer postor con talonario que pillaba. Por más que se esfuerce en aparentar que siempre ha comulgado con el ideario del que cobra, enseguida se nota qué credo es de conveniencias. Ser de izquierdas o catalanista es algo que no se escoge, casi genético. De ahí que cueste entender lo siguiente. Si el país está tan plagado de catalanistas como de gente de izquierdas, ¿a santo de qué hay tanto sicario en los medios de comunicación del catalanismo? ¿No sería mejor trabajar con sectarios, como han hecho siempre los socialistas? Aunque los efectos sean muy parecidos, habrá alguna eximente moral para el que sería adepto a la causa aunque no cobrara de ella. Para señalar los orígenes específicos de tan señalado fenómeno, habría que meterse en otro berenjenal. Como por hoy ya basta con el de la tesis inicial del artículo, señalaré sólo la dirección en la que puede hallarse la respuesta principal: la inteligencia media de los catalanistas es inferior a la media del país. No corran la voz, porque no siempre ha sido así y hay síntomas de que pronto puede dejar de serlo.

Dicho lo que precede, habrá que proseguir anotando las principales tendencias que, en los últimos tiempos, han ayudado a configurar la situación de encrucijada levemente esperanzada en la que hoy nos movemos. Han sido apreciables, si bien minoritarios, los esfuerzos para encontrar espacios más o menos protegidos desde los que la voluntad de objetividad pudiera expresarse con las mínimas cortapisas. En contrapartida, ha aumentado la presión desde el poder político para optimizar su influencia en los medios de comunicación, de modo especial a través del papel decisivo de los gobiernos de España y Cataluña en la configuración del nuevo mapa de las comunicaciones audiovisuales.

En las grandes reservas africanas, se decidió hace unos años proteger a los rinocerontes de los cazadores furtivos por el procedimiento de mutilarles los tan preciados cuernos. Así no serían objeto de la codicia que pone en serio peligro a la especie. Pero tal práctica ha resultado vana, los cazadores matan también a los animales desastados, incluso a un mayor número, aunque de ello no obtengan rendimiento alguno, se supone que con el objetivo de acabar con esa práctica. Si no beneficia a la población de rinocerontes sino que más bien la perjudica, la mutilación deja de tener sentido. Los guardianes de las reservas han entendido la lección y se han decidido por situar a los supervivientes en espacios bastante reducidos y fáciles de patrullar en los que viven en régimen de semilibertad. Mejor hubiera sido, por lo menos en teoría, proseguir la campaña de ablación de cuernos hasta que no quedara ni un solo astado. Es seguro entonces que, al cesar el lucro de su actividad, los cazadores furtivos de rinocerontes cambiarían de oficio.

Se discutirá próximamente en el Parlament, o por lo menos ésa es la intención, sobre el status de la radiotelevisión pública catalana. En teoría, todos los partidos menos la coalición de Pujol tienen interés en adoptar un modelo que garantice su autonomía. Así desaparecería la notoria parcialidad que anima los informativos, y no sólo a ellos. La voluntad de objetivismo beneficiaría a la mayoría de las fuerzas y a la propias emisoras públicas. Pero las posibilidades de que se imponga un cuatro contra uno parecen tan reducidas como las de los rinocerontes de campar a sus anchas sin el acoso del predador armado. A cambio de un trato menos hostil y en nombre del intercambio, los diputados del PP apoyarán la continuidad del intervencionismo convergente. Máxime cuando, de no hacerlo, corren el peligro de quedar descabalgados. Pudiera ser entonces que CiU ofreciera a ERC algo más sustancioso que las migajas del pastel que esta semana Carod ha rehusado.

Si los propios periodistas hicieran una lista de los grandes sicarios y otra de los más sectarios, para oprobio de ellos y en beneficio de los demás, ayudarían no poco a aprobar esa asignatura pendiente de Cataluña llamada cuarto poder. La libertad de los periodistas exige el afeitado general de los dos cuernos, el sicario y el sectario.

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