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El enfrentamiento entre Chirac y Jospin pone en peligro la cohabitación institucional en Francia

El enfrentamiento a distancia que el presidente de la República, Jacques Chirac, y el primer ministro, Lionel Jospin, mantuvieron el miércoles por la noche constituye el incidente más grave de los últimos tiempos en la cohabitación institucional francesa y abre una etapa de desconfianza y tirantez entre ambos mandatarios. El hecho de que el Elíseo, sede de la Presidencia, se diera formalmente por aludido y respondiera a las veladas acusaciones del primer ministro con un comunicado oficial ha terminado de dar carta de naturaleza a una crisis larvada. Tras indicar que "el presidente de la República comunica su extrañeza por las manifestaciones del primer ministro", la nota del Elíseo señala que el jefe de Estado "precisa que la insinuación no sirve nunca a la verdad, y que, si alguna cosa debe ser dicha, debe hacerse con franqueza y claridad". Añade que "la dirección de los asuntos públicos exige control y sangre fría a todos los responsables políticos". Preocupados por el contenido explosivo de la polémica y el sesgo personal que ha ido adquiriendo el enfrentamiento, algunos dirigentes políticos, caso del presidente de Democracia Liberal, José Rossi, evocaron el riesgo de disolución de la Asamblea y de adelanto electoral. "Si este clima perdura, es evidente que podría acarrear la disolución de la Asamblea, algo que nadie desea hoy día", indicó ese diputado, sumándose a las voces que pidieron a lo largo del día rebajar la tensión "echando agua al vino".

La airada intervención parlamentaria en la que Lionel Jospin acusó implícitamente al hoy presidente de la República de haber dirigido durante 20 años un sistema de corruptelas políticas no fue una reacción improvisada al calor del debate, sino algo premeditado.

De hecho, por la mañana, en el Consejo de Ministros semanal, Lionel Jospin había advertido formalmente a Jacques Chirac de que respondería adecuadamente, si sus correligionarios del partido gaullista, el RPR, trataban de involucrarle políticamente en el escándado de la mutua estudiantil (MNEF) que ha arrastrado a la dimisión al ministro de Finanzas, Dominique Strauss-Kahn. El jefe de Gobierno estalló desviando la corrupción a la figura de Jacques Chirac en el momento en el que el diputado del RPR Patrick Olivier preguntó al primer ministro si podía asegurar que el dinero de los estudiantes no había servido a fines distintos a los de su objetivo social, "durante el periodo en el que usted fue primer secretario o alto responsable del Partido Socialista".

Convencido de que, como en ocasiones precedentes, la interpelación del diputado había sido orientada desde los consejeros del Elíseo y contaba en consecuencia con el beneplácito del jefe del Estado, el primer ministro invitó a los parlamentarios de la derecha a detenerse en los años turbios en los que Jacques Chirac era alcalde de París y el máximo responsable del RPR. Pese al propósito de apaciguar los ánimos y de reconducir la crisis abierta en la cohabitación forzada, patente ayer en algunos círculos, no en todos, de la derecha y la izquierda, es evidente que el incidente no es en absoluto una escaramuza más, y que una línea teóricamente infranqueable ha sido traspasada.

Lo ocurrido el miércoles marca un antes y un después en las relaciones personales entre el presidente y el jefe de Gobierno, y dejará, sin duda, sus secuelas.

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