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Llamando a los cabezas rapadas

EDUARDO URIARTE ROMERO

No me gusta como está el fútbol. Voy a San Mamés por la compañía, los amigos. Me parece de mal gusto que aplaudan cuando le marcan un gol a la Real. Admiro, por el contrario, a los que aplauden al adversario que juega bien y critican a los suyos si lo hacen mal. De pequeño intentaron enseñarme deportividad y las reglas del juego. Prefiero que gane mi equipo, pero no a cualquier precio. El futbol ha cambiado mucho. Cada vez quedamos menos que entendamos que la Liga existe porque muchos se ponen de acuerdo. Me repugna cuando se le echa la culpa al árbitro, o cuando se jalea victimismo e identificación con los colores por encima de lo razonable. Cuando se traspasa la racionalidad, los cabezas rapadas surgen, son necesarios.

Si se menosprecian las reglas del juego surge la violencia. A veces el fútbol refleja muy bien la sociedad local y aparece la violencia antes en el fútbol que en la política; aquí es al revés. Probablemente la gente crea que la violencia existe en Euskadi porque el marco estatutario y constitucional están superados, pero me temo que es previo a eso. Se produce porque no se entienden ni asumen las reglas del juego, la doctrina liberal que fundamenta la convivencia en cualquier Estdo moderno. Cualquier Constitución, hasta la de un Estado vasco independiente sería rechazada igualmente por algunos. Probablemente sea debido a una educación endogámica, que tiende a culpabilizar a cualquiera, hacerlo enemigo, antes del menor ejercicio de reflexión.

Cuando el lehendakari las suelta tan gordas como "las constituciones no crean paises" y "los ciudadanos no están al servicio de los marcos jurídicos", amen de cargarse de un plumazo elementos esenciales del consenso nacional, parece que está apuntando hacia el referente etnicista como el vínculo social. Si las constituciones no crean países -léase si se quiere el Estatuto- y el ciudadano no está al servicio de los marcos jurídicos, nuestro país debe de existir alrededor del euskera, su cultura, elementos raciales, si caben, y determinadas lecturas de su historia; efectivamente, son rasgos de identificación, pero en un homogeneizado y falseado conjunto, y especialmente exaltados frente a los otros, suelen acabar convertidos en los mitos antiliberales que han dado soporte, y promovido adhesión a las dictaduras de este siglo. El entramado surgido del consenso de la ciudadanía queda supeditado, si no desaparecido. Volvemos a los orígenes de las revoluciones conservadoras, a las reacciones.

Las ideas expresadas por el máximo representante del poder local constituyen toda una andanada al ordenamiento político. Aquí, el Estado autonómico, Ajuria Enea y Lakua como Estado, se modula como un antiestado, como un antibiótico de Estado, la negación desde dentro. No se trata de contradicciones entre los poderes periféricos y el central, cosa normal en cualquier sistema descentralizado o compartido: se trata de la negación de las reglas básicas del sistema; no sólo las constitucionales y estatuarias, sino la doctrina liberal que las inspira. Por eso la supina incoherencia de no celebrar el aniversario del Estatuto, del ordenamiento que ha permitido patrimonializar el país por el PNV, entra de lleno en la hipótesis de que el nacionalismo vasco no es de este mundo, que, amén de desagradecido, niega la autoridad; hasta la ejercida por sí mismo legítimamente.

El ciudadano existe porque se supedita -se pone al servicio, si se quiere decir malamente así- de un marco jurídico en el que él participa y decide. El ciudadano es el sujeto agente del sistema, con sus deberes -porque delega en el Estado la soberanía-, y sus derechos; entre otros, el decidir cómo debe ser ese Estado. Aunque le influyan determinados mitos o circunstancias, éstos no generan derechos que delimiten los suyos individuales. Es el centro y la base del sistema político moderno, lo otro es emotividad, prejuicio, sentimiento, adhesión o servilismo. Lo que estamos observando últimamente es la vuelta atrás, vaciando las reglas para la convivencia. Los que crean más en Euskal Herria, los coherentes, los auténticos hinchas, podrán barrer al resto. Están llamando a los cabezas rapadas.

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