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Las guerras caucásicas

Hace algo más de cien años, a fin del siglo XIX, Europa se vio envuelta en una serie de guerras llamadas balcánicas, porque nacieron en la península del Balkán, que se prolongaron hasta comienzos del siglo XX, para culminar en el gran conflicto del 1914-1918, que dio lugar a un nuevo dibujo de fronteras en Europa central y oriental. Y en este final de centuria, una curiosa simetría permite especular con que las actuales e inminentes guerras caucásicas sean causa también de una necesaria reordenación del mapa.En el siglo XIX, el Imperio Otomano se veía sometido a la presión militar de Rusia; sentía la preocupación de las potencias occidentales, que no querían que San Petersburgo se beneficiara de su posible desintegración territorial, y sufría la agresión de las naciones balcánicas, que querían consolidar o agrandar su independencia con los despojos.

El fin de la Unión Soviética en 1991 es el primer acto, aunque todavía incruento, de la recomposición del mapa caucásico, con las independencias de Azerbaiyán, Armenia y Georgia, que abandonan el espacio regido por Moscú. Pero la URSS, convertida en Rusia, se mantiene en la zona a través de una serie de pequeñas repúblicas o territorios autónomos de la federación moscovita como Chechenia, Daguestán, Ingushetia y las dos Osetias, norte y sur.

Hasta aquí hay un indudable parecido entre los dos repliegues: el del Imperio Otomano en la actual Turquía, culminado en 1919-1921, y el del imperio soviético en 1991. Pero la diferencia estriba en que esa primera estabilización fronteriza de la nueva Rusia se revela insuficiente desde que en 1994 Chechenia se alza en busca de la independencia. En una guerra en la que la nación eslava muestra lo mal que le ha sentado el brinco al capitalismo, Grozni obtiene su virtual separación en 1996, que debería ratificarse o no en el 2001, según el acuerdo firmado con Moscú.

En las semanas pasadas, Rusia ha reabierto las hostilidades, se dice que por razones de política interior: para beneficiar electoralmente con una revancha sobre el terreno al jefe de Gobierno, Vladímir Putin, lo que salvaría al presidente Yeltsin de una sucesión gravemente desfavorable a los intereses de su entorno familiar. Es posible, pero ninguna intención tan personalizada elimina la evidencia geopolítica de que Rusia no se resigna a la independencia de Chechenia, y de que esa guerra metódica, cruel pero estratégicamente minimalista, de ocupación del territorio sólo una vez que se haya aplastado desde el aire toda resistencia, que contrasta poderosamente con la chapucería anterior, es una gran baza de negociación con Grozni, sin necesidad siquiera de tener que reocupar toda la república, porque le está diciendo al nacionalismo checheno que se conforme con bastante menos que la independencia plena o sufra las consecuencias de su obstinación.

Moscú podía haber optado por reconocer la secesión confiando en que ello pusiera fin a la turbulencia fronteriza, pero ha preferido una enmienda a la totalidad. Una victoria rusa -que, sin embargo, no hay que dar por descontada- no sólo quiere bloquear el contagio independentista -da igual si islámico o budista zen- en el Cáucaso, sino que es una grave advertencia al resto de poblaciones no eslavas de la zona, sin excluir a las que tienen Estado propio.

Con la Armenia cristiana no hay problema porque siempre preferirá la vecindad rusa a la musulmana de una Turquía que apoya a su enemigo mortal, Azerbaiyán; pero cabe suponer que si los irredentismos caucásicos amenazan sus fronteras, Rusia también puede despedazar las del prójimo. Así, el Azerbaiyán islámico jamás recuperaría el Alto Karabaj, que ocupa el nacionalismo armenio, y Georgia se puede quedar para siempre sin Abjazia, animada por un secesionismo que sostiene Moscú. Si quieren nuevas fronteras, podría estar diciendo el Kremlin a los revoltosos, yo les daré unas cuantas de nueva creación.

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La mayor diferencia entre lo balcánico y lo caucásico es que el imperio ruso está postrado, pero no destruido, como le ocurría al otomano hace un siglo, aunque eso no sea necesariamente un factor de estabilidad. Al contrario, puede hacer que las guerras caucásicas, si bien menos contagiosas hacia el exterior que las balcánicas, no por ello vayan a ser más breves. Son las primeras guerras del siglo XXI.

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