Una gira feliz
JIANG ZEMIN se ha paseado por Europa como un emperador de otros tiempos. Países que son cuna de las libertades, como Francia y Reino Unido, han organizado aparatosas visitas de Estado para el dirigente chino, llenas de cumplidos insólitos. El líder del último gran país marxista-leninista se ha permitido en Londres, donde la policía se empleó a fondo contra los manifestantes que le abucheaban, criticar la suavidad de sus procedimientos contra "alborotadores imperialistas".Este fin de semana la policía multiplicó en Pekín su represión contra el movimiento Falun Gong, considerado oficialmente desde la víspera como una secta que convierte a sus miembros en personas susceptibles de recibir castigos mucho más severos. Los seguidores de Falun Gong suelen ser personas de mediana edad cuya peligrosidad sociopolítica consiste en ejercitarse físicamente en grupo y buscar a través de ancestrales rituales una mayor espiritualidad en sus vidas. Falun Gong es sólo una anécdota. China, sin duda, es un lugar más habitable que hace 20 años. Pero en los dos y medio que Jiang Zemin lleva al timón no ha ampliado un ápice el cupo de libertades que tan inflexiblemente administra el partido comunista. Por el contrario, los que discrepan siguen siendo considerados criminales, la nómina de prisioneros políticos aumenta y las ejecuciones no cesan.
Obviamente, los Gobiernos de países democráticos lidian con la China que es, no con la que les gustaría que fuera. Pero hay realidades menos presentables. Se estima que la visita de Jiang a Londres procurará quinientos mil millones de pesetas en contratos a las arcas británicas. Su estancia en París desembocará en la compra de 28 aviones Airbus. Ésas son, básicamente, las razones por las cuales el jefe de un régimen dictatorial puede permitirse determinados lujos en campo ajeno.
Sin duda, es mucho más acertado abrir los brazos a Pekín en el club de las libertades que condenarle al fuego eterno. Pero se haría un mejor servicio a casi 1.200 millones de chinos si los poderosos anfitriones de Jiang Zemin -Francia y Reino Unido en este caso- hubieran dado una de cal y otra de arena, en lugar de ofrecerle una inacabable alfombra roja.
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