La lucha por el voto ruso
La historia rompe Ucrania en dos. El Este y el Sur han sido rusos, o soviéticos, durante siglos. Allí, el idioma ruso está agarrado a las entrañas de la gente, y la ortodoxa es la religión predominante. El Oeste, en cambio, mucho menos poblado, fue absorbido en 1939 tras el pacto Hitler-Stalin que desmembró Polonia. Es un foco de fermento nacionalista ucranio y de catolicismo uniata.En las elecciones de 1994, el Oeste votó en bloque por Leonid Kravchuk, que jugó (y perdió) la baza nacionalista, frente a un Kuchma al que rusos y rusófilos apoyaron sin fisuras, entre otras cosas porque les prometió convertir su idioma en el segundo oficial del país. Ésta fue una de las muchas promesas que luego no cumplió y por la que sus rivales izquierdistas le pasan ahora factura.
En estos cinco años, las tornas se han cambiado, y es Kuchma quien confía ahora en los votos del Oeste, mientras lucha encarnizadamente por los otros puntos cardinales, sin los que es imposible vencer.
Ideologías y personajes entrelazan una red repleta de contradicciones. Los dos candidatos más a la izquierda en la primera vuelta, Simonenko y Vitrenko, son partidarios de la unión con Rusia, pero no pueden entenderse con Borís Yeltsin o con alguien de su cuerda que le suceda en el Kremlin. Y Kuchma, que juega con dos barajas, prefiere la de la OTAN y la UE, aunque la maneja con prudencia (sobre todo tras la crisis de Kosovo), pero es capaz de desarrollar un lenguaje común con Yeltsin, tan anticomunista o más que él.
Yeltsin "vota" por Kuchma. Ambos forjaron el tratado que fija las fronteras de Ucrania y consagra la renuncia de Rusia a la península de Crimea, "regalada" por Nikita Jruschov a su república natal. Los presidentes de los dos grandes países eslavos están hoy al mismo lado de la barricada de la historia, pero eso no juega a favor de que sus países superen el divorcio que marcó la ruptura del imperio soviético.
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