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Tribuna
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En el desconcierto

Santiago Segurola

El nuevo Atlético se enfrenta al viejo Madrid. Quién lo diría al principio de temporada. Pero el Madrid ha llegado a un punto donde a sus defectos futbolísticos agrega unas cuantas calamidades. De los 12.000 millones que se gastó para reunir la plantilla más lujosa del mundo, nueve mil serán inservibles esta noche. Anelka, Balic, McManaman y Geremi no podrán enfrentarse al Atlético. Será la hora para los fichajes que parecían condenados a un papel menor: Bizzarri, Julio César, Helguera y hasta Salgado, cuya contribución ha sido muy pobre hasta el momento.Sin embargo, no se puede hablar un Madrid de titulares o suplentes. Toshack ha logrado la cuadratura del círculo. Ha creado un limbo en el que nadie sabe el papel que cumple. En ese aspecto, las decisiones de Toshack han generado una dinámica muy poco estimulante. Los futbolistas se distinguen por un rasgo: quieren mensajes sencillos, cortos y rotundos. Quieren saberse titulares o suplentes, quieren saber si tienen el entrenador a favor o en contra, no quieren el caos a su alrededor. Contra ese viejo criterio del fútbol, Toshack ha provocado un lío considerable de alineaciones y sistemas. Se ha dejado llevar por una arbitrariedad nefasta para un equipo que navega sin rumbo en la clasificación y en el campo. El público se ha dado cuenta y comienza a dar la espalda al Madrid. Ha designado culpable a Toshack, el técnico más impopular de los últimos 20 años. A la gente no le gusta el estado de confusión de su entrenador, y menos aún sus ridículas reacciones a las catástrofes. No hay química entre la afición y Toshack. De eso no cabe duda.

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Tampoco la gente del Atlético se siente feliz con Ranieri, pero da la impresión de que está dispuesta a perdonar a su entrenador lo que los hinchas del Madrid no perdonan a Toshack. Bastó un partido regular contra el Valladolid para provocar un optimismo impensable pocos días atrás. De repente el Atlético se siente en condiciones de ganar en el Bernabéu, curiosa confianza en un equipo que hasta bien poco no se veía en condiciones de ganar a nadie. El Atlético está hecho de esa pasta. Es un club de grandes combustiones, capaz de pasar del desánimo total a una felicidad fanática. El Madrid, no. El Madrid viene de una tradición más cartesiana, de un sentido más equilibrado de la vida. Por eso la afición no entiende nada y detesta esta época. Porque en realidad sólo se fía del valor de la tradición, de lo conocido, de lo que está probado en el éxito. Y por ahí, todavía les quedan futbolistas como Raúl, Morientes, Roberto Carlos o Seedorf. Si Toshack no es capaz de estimular a nadie en el Madrid, algunos jugadores sí son capaces de lograrlo. Ahí reside su esperanza. No les gusta su entrenador, desconfían del equipo, pero saben que su arsenal es bastante mejor que el del rival.

En la otra acera se piensa en los beneficios del reciente entusiasmo -así es el fútbol de hoy: tan efímero que una victoria lo transforma todo- como motor. El mejor Ranieri, tan discutible como entrenador, es el que se deja llevar por el optimismo. Por primera vez en la temporada, no parece un hombre vencido. De ahí las expectativas que despierta este Atlético de jugadores discretos frente a un Madrid desconcertado pero de más clase.

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