Abucheo
LUIS GARCÍA MONTERO
Habrá quien piense que el abucheo al presidente de la Junta de Andalucía en la Universidad de Granada significa un regreso sonoro de los estudiantes a la política. Sufro la intuición contraria, casi opino que se trata de una despedida, del adiós definitivo de los estudiantes a la política oficial y a sus figuras institucionales, que podrán mantenerse en el teatro doméstico de la rutina, pero al margen de la ilusión pública y de cualquier respeto. El griterío de los jóvenes no sonaba a reafirmación, sino a cansancio irreverente, a leño partido y seco, a la escandalera que se forma en las gradas del circo cuando al mago le fallan todos los trucos y la gente pasa del murmullo a ese tipo de insultos que parecen una carcajada. Los estudiantes se despedían de una política que pincha con su espada a la mujer escondida en el baúl, que no sabe guardar las palomas debajo del sombrero, que pierde sus conejos y su bola de cristal por el bolsillo derecho del esmoquin.
Las pancartas justificaban el abucheo con una razón poco convincente. La defensa de la Universidad pública resulta siempre necesaria, porque interesa defender lo que es de todos frente al privilegio egoísta de los usureros, pero no parece Manuel Chaves un político que simbolice la apuesta por la enseñanza privada. Los socialistas han hundido las humanidades con sus reformas y han dejado que la escuela pública mantenga la calina oxidada de una modorra infinita, pero si se les compara con los ideólogos del PP, empeñados en acabar implacablemente con cualquier territorio público, habrá que convenir que no es la Junta de Andalucía un mástil muy visible para la bandera de las privatizaciones. El abucheo llegó por otro camino, más bien fue un número circense, una declaración chirigotera contra la política oficial. Los jóvenes, las voces más sonoras y vivas de la sociedad, le han perdido el respeto a los políticos, cansados de sufrirlos en la salsa perpetua del escándalo y la demagogia. Los gritos y las risas pueden ser una versión fatigada de las lágrimas, y los estudiantes se pitorrearon con un dolor divertido y risueño de los políticos que ofrecen sobornos, que amueblan su casa con dinero público, que negocian votos y se pliegan a los intereses especuladores, que manipulan las televisiones y viven instalados sin vergüenza en las mentiras electoralistas. Los estudiantes no abuchearon a Manuel Chaves, sino a un tipo tan real como abstracto de figura pública que ha conseguido hacer verdad aquel consejo que daban los padres temerosos, en la época de las luchas antifranquistas, cuando veían la entusiasmada militancia de sus hijos: "No os metáis en política, que no se puede hacer nada y todos son iguales".
Los que opinamos que no todo es igual tenemos un problema. Hace pocos años estudiar significaba sentir un sueño y comprometerse políticamente para cambiar el mundo. Hoy cuesta trabajo defender que la palabra política pueda relacionarse de un modo decente con las palabras biblioteca, laboratorio, pizarra, microscopio y poema. El estudiante que milita en unas Juventudes o en unas Nuevas Generaciones tiene ya cara de ministro del Interior en noche electoral. Por lo menos.
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