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El caballo

MANUEL PERIS

España va bien y la Comunidad Valenciana, mejor. Aunque sólo sea en algún pequeño detalle, estamos a punto de superar sin traumas un episodio similar al sucedido en la época de un emperador romano famoso por un singular nombramiento.

Primero hubo un periodo de gloria. Fueron los ocho primeros meses de mandato de aquel joven y atractivo emperador que sucedió a Tiberio en medio del entusiasmo popular. Abrió entonces un corto periodo de tolerancia en el que colmó de dádivas al pueblo y a los soldados. Redujo el odiado impuesto sobre las ventas. Organizó grandes festejos. Fue el gran precursor de lo que veinte siglos después se llamarían parques temáticos y del reparto de bocadillos en las fiestas de jubilados, que entonces eran juegos escénicos a la luz de las antorchas. Luego, el joven emperador cayó enfermo y algo terrible debió suceder en su hermosa, pero frágil, cabeza. Cuenta Cayo Suetonio que al emperador le gustaba repetir una frase de tragedia: "Que me odien con tal que me teman". Y lo consiguió porque los tres años siguientes de reinado que siguieron hasta que Casio Caerea lo liquidó merecen un capítulo propio en la historia universal de la infamia. Agotó el tesoro imperial. Cargó al pueblo de impuestos. Asesinó y expolió a ricos aristócratas y a pobres esclavos. E incluso llegó a afirmar que "desearía que el pueblo romano tuviera una sola cabeza para poder cortarla de cuajo"... y casi lo logra. Uno de los momentos de esplendor de aquel joven emperador que se llamó Calígula, fue el día en que, ante la sorpresa general, decidió nombrar a Inciatus, su caballo, cónsul del Imperio.

De momento no hay noticias de que Zaplana haya decidido otorgar algún nombramiento a favor de sus animales domésticos, aunque alguna de sus últimas distinciones honoríficas haya sido recibida con romana estupefacción. Quien sí ha emulado claramente a Calígula en su política de nombramientos ha sido el alcalde de Castellón, José Luis Gimeno. Aunque eso sí, trascendiéndola. Si el emperador romano nombró cónsul a su caballo, el edil de la Plana ha nombrado a su chófer y guardaespaldas director del Planetario de la ciudad. Lo cual indudablemente es un gran avance que demuestra el progreso de la civilización occidental a lo largo de estos últimos veinte siglos.

Este avance, del caballo al escudero, del animal al hombre, debe ser saludado como el síntoma inequívoco del síndrome del centrismo centrado y bien centrado que inspira la política del Partido Popular de la que el alcalde de Castellón es un preclaro ejemplo y por elevación también, Eduardo Zaplana. Sin embargo, no está de más recordar que en esto de los nombramientos, de las medallas y de los honores, como en tantas cosas de la política, al centro no se llega por la geometría, sino más bien por la filosofía y que el asunto no va de simetrías, sino de razón, sobre todo cuando alguno de los elementos en juego se instala en la periferia de la irracionalidad. Porque el resultado de obligar a cualquier cuerpo (material, pero también social y político) a describir una trayectoria curva es la aparición de una fuerza centrífuga, es decir que finalmente se aleja del centro.

Así no hace falta mirar a las estrellas virtuales del planetario de Castellón, para comprender el nombramiento de su director o otras distinciones y de paso entender que el verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.

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