Cera
NEGRITASEn este vergel del surrealismo que es Granada ha surgido, entre exclamaciones airadas y apasionadas protestas, una asociación de afectados por la cera de la procesión de la Virgen de las Angustias. ¡Ciudad impagable ésta, que igual desteta a un santo que a Peseticas, el mendigo que una tarde memorable pidió limosna a un orfeón completo cuando cantaba el Te Deum en la Catedral! Juan Pablo Tejada, un motorista cuya máquina resbaló por culpa de la cera que derramaron en la calzada los penitentes de la mentada hermandad, es el promotor de esta genuina asociación acuciada a partes iguales por las consecuencias del rezo y el horror al patinazo.
Lo meritorio no es fundar una agrupación de damnificados por la cera, sino hacerlo con el debido respeto a la procesión y las sagradas imágenes. Así, aunque los culpables directos de embarrar las calles con los mocos de las velas, y de que se endurezcan y provoquen numerosos accidentes de tráfico, son los penitentes, y los responsables subsidiarios, digámoslo con todos los respetos, son desde los organizadores a la Virgen, pasando por los servicios de limpieza municipal, la asociación no es en sí misma ni anticlerical ni antimunicipal: es anticera. ¡Anticera virgen!
Un servidor daría lo que no tiene por redactar sus estatutos, sobre todo los relativos a la filosofía y a los fines de la agrupación. Habría que remontarse a las abejas, a las colonias de insectos, a la bondad esencial de la cera, a sus variadas morfologías, plantear una historia sucinta de las palmatorias para acabar resaltando cómo su uso descuidado puede acarrear graves contratiempos.
Mientras empieza a lucir la asociación, el alcalde de Guadix, José Luis Hernández, ha ofrecido un paquete de libros a la persona que delate a la mujer que robó una palmera en una plaza principal del pueblo. Con tan exiguo y libresco incentivo uno duda que florezca en Guadix la legendaria profesión de cazador de recompensas.
La otra novedad de la semana, que es justo citar pues sus méritos no son menores de las ya citadas, es la colocación de un cajero automático en el cementerio. ¡Dios no quiera que un deudo atribulado deposite la tarjeta bancaria en la grieta de un nicho!
Greguería: Los cajeros de los cementerios no hacen caja, sino ataúdes.
ALEJANDRO V. GARCÍA
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.