De los uniformes a las carpetas
En un siglo, Vitoria ha cambiado de tal modo que cualquiera de los que conocieron aquella ciudad de principios de centuria -uno de cada tres vecinos era militar, cura o doncella- no reconocería ésta de fin de milenio, dedicada afanosamente a la industria, la administración y la enseñanza superior. La exposición De cuartel a academia, que desde ayer y hasta el próximo 29 se presenta en la sala de exposiciones del pabellón universitario (Los Apraiz, 2) recoge la evolución de una parte significativa de la ciudad, la que estaba al sur de las vías, y que albergó desde finales del siglo XIX los cuarteles y el hospital militar en unos edificios y solares que ahora son sede de estudio y conocimiento.El recorrido por la muestra -fundamentalmente fotográfica, realizada con fondos de la Universidad del País Vasco y del cercano Archivo Municipal, ubicado también en dependencias que fueron militares- se inicia con un plano de Vitoria de 1887 realizado por Dionisio Casañal y Zapatero. En él no hay ninguna huella de lo que luego serían unos cuarteles que llegaron a albergar en 1920 a 3.300 militares frente a una población de 35.000 civiles. De ahí que la influencia del Ejército haya sido determinante (junto con la de la Iglesia) en la evolución de una ciudad cuyos comerciantes veían con agrado a esta tropa de clientes que también atendía a los más necesitados con el servicio de rancho gratis, tal y como muestra alguna de las imágenes.
Los textos del fraile de Aránzazu, Fray José A. Lizarralde, y sobre todo de Tomás Alfaro Fournier (tomados de sus obras Una ciudad desencantada y Vida en la ciudad de Vitoria) acompañan estas 60 imágenes que recorren tanto la morfología interna y externa de los pabellones como la vida cotidiana de soldados y oficiales. Ahí sale la guarnición haciendo gimnasia con fusil, junto a una imagen de las aseadas duchas del pabellón de Flandes, o una curiosa fotografía del zafarrancho de los sábados, la limpieza de los cuarteles, al lado del retrato del equipo de cocineros entre los que aparece la abuela del regimiento, una señora que se había quedado viuda y sin recursos y a la que el Ejército acogió a cambio de su colaboración en la cocina.
Los textos que acompañan a las fotografías destacan la presencia inevitable de los militares en la vida local y el escaso rechazo que provocaban en la ciudadanía, según recuerda Alfaro Fournier. Pero los tiempos cambian y en 1968 comienza el traslado de la milicia a las afueras de Vitoria, quedando sólo el Hospital Militar, como último reducto hasta que finalmente la UPV y los archivos Provincial y Municipal pasan a ocupar estas construcciones y espacio hasta entonces militares.
Los dos últimos paneles ilustran esta actual etapa, con fotografías en color frente al blanco y negro anterior. La permanencia de los edificios contrasta con la radical mutación de funciones, que el cambio cromático de las imágenes refleja mejor que nada.
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