Siempre hay un donjuán en el Elíseo
Un libro de anécdotas sobre la vida de los dirigentes franceses rompe el tradicional respeto a su intimidad
De creer lo que se publica estos días, los sucesores del general De Gaulle en la jefatura del Estado francés vendrían a ser unos donjuanes impenitentes que contribuyen con sus infidelidades a la santificación forzosa de sus muy abnegadas esposas. Aunque es sabido que sexo y poder caminan a menudo de la mano, también es posible que la leyenda sobre el comportamiento privado de los presidentes adolezca en este caso del vicio de la exageración. Podría ocurrir, por ejemplo, que lo que se presenta como sistemático quedara reducido, en la realidad, a episodios esporádicos y no necesariamente gloriosos. Claro que para quienes entienden del asunto, Sophie Cignard y Alexandre Wickham, autores del libro La Omertà francesa, y para la antigua sex simbol Brigitte Bardot, éstas no dejan de ser unas reflexiones pacatas e ingenuas, criadas en la ignorancia.La Bardot cuenta en sus memorias que el día en el que fue al Elíseo a pedirle a Valéry Giscard d"Estaing que intercediera a favor de una amiga en apuros, el presidente la recibió con la pregunta "¿Cómo va tu corazón, mi querida Brigitte?" y con un rápido movimiento de mano que aterrizó suavemente sobre su muslo. El testimonio, inconcluso, tiene la ventaja de que proviene de una mujer de la que puede esperarse cualquier cosa, incluso que diga estrictamente la verdad, y encaja mucho con el conocido historial privado del presidente que una noche del otoño de 1974 tuvo un accidente en Étoile, cuando viajaba anónimamente en compañía de una hermosa mujer en un Ferrari prestado por un invitado de una fiesta del director de cine Roger Vadim.
Los autores de La Omertà ilustran también la inclinación mitterrandiana por el sexo femenino, dan cuenta de las escuchas telefónicas ordenadas para proteger el secreto de su hija Mazarine, fruto de una relación ajena al matrimonio, y no se resisten a contar que, la noche en que murió Diana de Gales, el Ministerio del Interior tuvo muy serias dificultades para transmitir la noticia al jefe del Estado. "¿Y ustedes creen que yo sé dónde duerme el presidente?", fue, por lo visto, la única respuesta que Bernardette Chirac acertó a dar ante los apremios de sus interlocutores.
La tesis de la obra es que la vida privada de los hombres políticos franceses incide muchas veces negativamente en los asuntos públicos y que el respeto a la intimidad que se profesa en Francia conduce a la impunidad y es fuente permanente de nepotismo y corrupción.
Sus autores se revuelven contra la prensa francesa en general, acusada de ahogar los escándalos; contra los jueces, implacables en las condenas a quienes vulneran la supuesta ley del silencio imperante; contra un sistema que a base de ocultar la verdad a los ciudadanos habría entrado en una deriva mafiosa. A juzgar por las críticas, pocos periódicos comparten esa "visión desesperada de la democracia", ninguno parece dispuesto a coger la estela de la "agitada transparencia" anglosajona. La opinión pública francesa seguirá respetando escrupulosamente la vida privada de sus dirigentes, cubriendo los deslices con el manto de la indulgencia, pero, visto lo visto, es posible, sí, que la aparición de ese libro sea el primer síntoma de que el círculo cerrado de la impunidad concedida a los monarcas republicanos ha empezado a quebrarse, que la vigilancia va a ser redoblada sobre la tenue frontera que separa lo privado de lo público.
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