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Grillos y corderos

No hay nada como escarmentar en cabeza ajena. El Partido Popular ha visto a los socialistas de Madrid hundirse en la miseria a causa de sus peleas internas y huyen de las broncas como de la bicha. Se explica así el obsesivo canto a la unidad y la concordia que escenificaron sus dirigentes el pasado fin de semana en el congreso regional del partido. Allí donde brilló con luz propia Pío García-Escudero, un hombre que sin tener una marcada vocación política parece haberse convertido en indispensable para la buena marcha de su formación en Madrid. Don Pío no es un tipo de carácter, tampoco posee un carisma arrebatador y ni siquiera es uno de esos elementos mediocres que desarrollan la habilidad de saber situarse a base de coba o colocarse en el lugar adecuado en el momento justo. No, García-Escudero es un buen arquitecto y hubiera sido feliz restaurando monumentos, de no ser reclamado para aplicar sus propiedades balsámicas a la estructura regional del PP en Madrid. Sus buenos oficios han permitido que, siendo en teoría persona de confianza de José María Aznar, no provoque mayores recelos entre la gente de Alberto Ruiz-Gallardón. Por eso encabezó la única lista que presentaron al congreso y por eso fue reelegido con el apoyo del 94,5% de los compromisarios.Ello no significa, sin embargo, que el PP de Madrid sea la balsa de aceite que sus dirigentes pretenden mostrarnos públicamente. De otro modo, ¿cómo podría explicarse la creación de un comité de dirección compuesto por miembros de la Comunidad, los ayuntamientos y el Gobierno central para actuar como cojinete de fricción en los numerosos asuntos que enfrentan a los distintos mandatarios populares? Un comité en el que figuran representantes de las tres familias que parten el bacalao, la de Ruiz-Gallardón, la de José María Álvarez del Manzano y la de Rodrigo Rato. A la de este último pertenece el también reelegido secretario general, Ricardo Romero de Tejada, cuyo informe de gestión sólo fue rechazado por seis compromisarios, lo que elevó el porcentaje de consenso sobre su persona al 99%. Un respaldo que para nada refleja las reticencias que su proceder provoca sin ir más lejos en el Gobierno regional, algunos de cuyos miembros lo consideran un político de alto riesgo. Ese abrumador nivel de convergencia fue la tónica general que marcó todo el congreso, hasta el extremo de transmitir al espectador la sensación de que cualquier cosa que hubieran propuesto allí, incluida la instauración de la República, habría recibido el apoyo mayoritario de los compromisarios. Fue el caso de la que planteó el consejero de Medio Ambiente, Carlos Mayor Oreja. En la ponencia que presentó bajo el pomposo título SigloXXI, nuevas políticas para Madrid, incluía un apartado en el que se defendía la elección de los diputados autonómicos por distritos electorales o circunscripciones, en lugar de listas cerradas como ocurre ahora. A la hora de votar, la práctica totalidad de los compromisarios levantaron entusiastas el cartelito del sí.

Pocos fueron los que allí recordaron que tres años antes un modesto alcalde de pueblo, el de Bustarviejo, había planteado en el anterior congreso la misma propuesta argumentándola, como también haría Mayor Oreja, en la necesidad de mejorar la identificación entre el elector y el elegido. A aquel edil, sin embargo, no le dieron en su momento la oportunidad siquiera de defenderla. Decía don Pío que el proyecto del PP es tan bueno que todos los que están en él piensan igual. "Y qué remedio te queda", comentaba sonriente uno de los asistentes, "a la fuerza ahorcan". Es verdad, como manifestaba el reelegido presidente popular, que su formación no es la "jaula de grillos" de los partidos rivales, pero entre el griterío de los grillos y el silencio de los corderos siempre habrá un razonable término medio. Algo que sería deseable cuando dentro de tres años abran el melón sucesorio de Ruiz-Gallardón y Álvarez del Manzano. Estos congresos light dejan a las bases tan poca capacidad de expresión y maniobra, que parecen sólo una pantomima para que los que dirigen el cotarro se repartan en una mesa camilla las cuotas de poder. Para eso los compromisarios no requieren tarjetones con el sí y el no. En las votaciones sólo necesitan uno bien grande en el que ponga "beeee".

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