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Tribuna:EL PACTO DE LEÓN
Tribuna
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El rugido del león

Julio Llamazares

Comprendo, porque comparto, el escándalo provocado por lo que la prensa ha dado en llamar, no sin cierto cachondeo, el "pacto de León". En un país democrático, y se supone que éste lo es, el Gobierno ha de gobernar de acuerdo a unos presupuestos (políticos y económicos) y con criterios igualitarios y no, como aquí sucede, en función de las presiones y los chantajes de otros partidos.Me sorprende, sin embargo, que algo tan habitual en España desde hace años, especialmente desde que los socialistas perdieron la mayoría absoluta, sólo se denuncie ahora, cuando la que presiona es una provincia de las consideradas sin importancia, y no, como era habitual, las regiones más poderosas o con mayor capacidad de influencia en el conjunto de la nación. ¿O qué han venido haciendo los catalanes, o los vascos, o los mismos andaluces, tanto con los socialistas como con los populares, en estos últimos años sin que nadie se rasgue las vestiduras?

En cualquier caso, conviene ir a las raíces del problema para no quedarse en la simple anécdota ni caer en los análisis superficiales a los que tan aficionados son algunos tertulianos y columnistas de prensa. El rugido del león (de León, en este caso, aunque también podría haberlo sido de muchas otras provincias) debe servir para escandalizarse -y para exigirle al Gobierno, a todos los gobiernos, una mínima ética política-, pero también, y a la vez, para considerar los motivos que el león puede tener para levantarse de patas después de tantos años convertido en un gatito. Porque a lo mejor el león tiene razones sobradas, si no en la forma en el fondo, para pegar el rugido que ha dado y que tanto ha escandalizado a nuestros políticos.

Cualquiera que analice el contenido del "pacto de León" observará, por ejemplo, que lo que en él la UPL (la Unión del Pueblo Leonés) exige para León no es ni siquiera la cuarta parte de lo que otras provincias tienen desde hace años sin haber necesitado para ello amenazar con movilizaciones o mociones de censura. La autovía, por ejemplo, que la mayoría de las ciudades españolas tienen ya desde hace tiempo, sobre todo las más ricas, es una oferta incumplida desde hace años y ello a pesar de que el tramo pendiente (desde Benavente, en Zamora, a apenas 65 kilómetros) es completamente llano y muy sencillo de realizar.

Y lo mismo sucede con la de Astorga, que uniría León con El Bierzo y con Galicia y que, aparte de haber sido aplazada muchas veces, tantas como gobiernos se han sucedido en Madríd, se pretendía hacer de peaje de no haber sido por este pacto. Algo que, como todo el mundo sabe, no ha ocurrido en ningún sitio.

La lista de deficiencias que en el pacto de León se reconocen, puesto que como tales se relacionan, debería avergonzar, más que escandalizar, a nuestros políticos. Como es larga, daré sólo dos ejemplos. El primero, el aeropuerto, que, a cuatro meses de inaugurarse (con financiación local en su mayor parte, por cierto), sigue sin balización y sin sistemas de aproximación, lo que obliga a desviar cuando hay nubes los aviones a otros sitios (quiero decir el avión, porque hay sólo un vuelo al día).

El segundo, los canales del pantano de Riaño, que, diez años después de cerrada la presa, con el sacrificio humano que comportó, continúan aún sin construirse. En cualquier caso, y para no aburrir a los tertulianos, a los que tanta información quizá nuble la opinión, quizá baste con que sepan que León, tras el desmantelamiento de sus dos sectores básicos: la minería y la agricultura (desmantelamiento que no ha ido acompañado, a pesar de las múltiples promesas, de ninguna alternativa), ostenta actualmente el triste récord de ser la provincia española con mayor pérdida de población (10.000 habitantes sólo en los dos últimos años) y la última en creación de empleo. Dos datos que bastarían por ellos solos para dar una región por liquidada y que eran impensables hace sólo veinte años, cuando León ocupaba la mitad de la tabla, más o menos, en todos los baremos económicos y demográficos del país.

Con todo, y con ser tan grave la discriminación económica que León ha sufrido en estos últimos años -aunque no sea exclusiva suya-, no es ésta el origen verdadero del problema. El origen verdadero del problema, del que nadie quiere hablar, es la discriminación política que León viene sufriendo también desde hace años y que se ha mantenido hasta el día de hoy a pesar de los deseos y de las quejas de los leoneses.

Como el asunto es antiguo, quizá convenga explicarlo. Cuando se creó el Estado autonómico, todas las regiones históricas de España (las que entonces se estudiaban y venían en los libros) se convirtieron en autonomías, salvo una. Esa una era León, que fue unida a Castilla por decisión directa de Martín Villa, a la sazón ministro de la UCD, con el consentimiento del PSOE y el PCE, entonces los partidos dominantes, sin que los leoneses fueran siquiera consultados al respecto. Éstos nunca aceptaron la situación (ahí están las encuestas para demostrarlo), pero apecharon con ella a falta de poder para oponerse.

Ha sido con los años, cuando el declive económico y social de la provincia, unido al centralismo cada vez mayor de Valladolid -la capital de la autonomía- y a la insolidaridad creciente del resto de las regiones, cuando ese sentimiento de discriminación política ha dado paso a un regionalismo que, siguiendo el ejemplo de otros cercanos, y con el nombre de Unión del Pueblo Leonés, amenaza ya con convertirse, ante el asombro de los partidos tradicionales, en la primera fuerza de la provincia.

Ésa, y no otra, es la causa del rugido con el que León ha irrumpido de repente en la escena política española, ahora que ya tiene fuerzas para poder hacerlo, y ésa será la causa de que León siga siendo un problema para Castilla y León y para los propios partidos tradicionales mientras éstos se obstinen en ignorarla. Pero, por la que he visto estos días, nadie parece entenderlo. Al contrario, los políticos del PSOE y el PP, los responsables de esa situación, se extrañan de que León los salga ahora con exigencias cuando durante tantos años ni siquiera se han acordado de que existía.

La cosa se entiende aún menos cuando todos sabemos que el PSOE y el PP son también los responsables, los dos en igual medida, de que la caja de Pandora del Estado se haya abierto, en pro de sus intereses, a las presiones y los chantajes de los distintos nacionalismos.

A mí, la verdad, en este tema, tanto el PSOE como el PP me recuerdan a aquel cura que, contagiado de una enfermedad venérea, mostraba su extrañeza ante el doctor, a la vez que se esforzaba en entender dónde había podido contraerla: quizá visitando a un enfermo, quizá en el confesionario, tal vez en los servicios de algún bar... En cualquiera de los sitios que usted dice, le dijo el médico, irónico, pero jodiendo.

Pues eso.

Julio Llamazares es escritor.

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