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Votar

La vida enseña a los adultos un par de desagradables verdades: el amor real empieza después del final feliz que remata las películas, y votar no es el resultado de una entusiástica temporada en ese limbo lleno de promesas que llamamos campaña electoral, sino más bien un triunfo del incansable optimismo de la voluntad sobre el inevitable pesimismo de la inteligencia que invade a cualquier ser pensante, tras ver hacer el indio, de una forma u otra, a los diferentes candidatos que nos cortejan. Pero es que no se acude a las urnas por placer (al margen de que disponer de urnas democráticas sea, en sí mismo, un placer al que, por suerte, hemos tenido tiempo de acostumbrarnos), sino por necesidad.A lo largo de estas semanas últimas me he negado a firmar manifiestos a favor de éste u otro candidato de izquierdas, y a participar en actos políticos encabezados por los mismos (que son insaciables, a la hora de requerir adhesiones inquebrantables), porque no puedo avalar a ciegas a políticos en los que no confío al ciento por ciento. Una no puede detallar, al lado de su firma, los reparos que opone a fulano de tal o a su partido. Una no debe, en un escenario, referirse al candidato recordando sus debilidades. Aparte de que no tengo la madalena para entretenimientos.

Lo que sí puedo hacer, honestamente, desde esta columna, es decirles que el domingo votaré a Pasqual Maragall porque, aun manteniendo una distancia crítica que no estoy dispuesta a anular por nada, quiero darle la victoria y, con ella, una serie de oportunidades: la de conseguir un Parlament en el que las fuerzas progresistas no sean aplastadas por la apisonadora nacionalista que lo ha dominado durante 18 años; la de convertir a Catalunya en una autonomía solidaria con el resto de España, que deje de canturrear con insistencia la ópera de los tres peniques que nos deben; la de tener aquí un Gobierno que se lo ponga difícil a la derecha que manda en Madrid. Quiero, también, otra estética, menos provinciana, y otra concepción de lo social menos pacata y bien pensante, menos impregnada de aromas de Montserrat, más cercana a Suecia que a Suiza.

Es un voto útil, queridos. Ya he dicho que hace años que no voto por amor.

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