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Premio del PP

Cada año, en vísperas del Nou d"Octubre, y desde que el PP nos gobierna, el alto sanedrín de la Generalitat afronta el problema de elegir a los destinatarios de la Alta Distinción y su egregia pedrea que se otorga con motivo de la patriótica efeméride. En esta ocasión, sin embargo, estaba claro a quien le correspondía el máximo reconocimiento institucional, y no era otro que la Universidad de Valencia por sus cinc segles de larga y en muchos de sus trechos brillante historia. En realidad, con ese galardón se hubiese colmado con creces la nómina de los laureados, pues no hay equiparación alguna entre este hito extraordinario y los méritos de cualquier otro candidato, por muy ciertos y justos que fueren.Pero el Consell, que apenas puede disimular la urticaria que le produce la universidad, no ha querido ver la oportunidad que se le ofrecía para restablecer los puentes con la corporación docente, polarizando en ella el fasto de la jornada y el crédito del guardó. Por mor al pluralismo y con no poca mala uva, pues la premeditación resulta obvia, ha optado por diluir el trance mermando la dimensión singular del premio universitario. A tal fin decidió galardonar de una misma tacada al Valencia CF -en la antípodas intelectuales del alma mater, sin que ello comporte menosprecio alguno- y a la ex directora del diario Las Provincias, María Consuelo Reyna.

Podríamos transigir con la oportunidad más o menos discutible de laurear en este trance a la sociedad deportiva mercantil, siendo así que hoy no es más que un emporio millonario sin contribuciones ajenas al fútbol profesional. Pero, en fin, mueve pasiones y en sus vitrinas abundan los trofeos. Valga. Lo desconcertante y provocador es que, en esa misma orla de distinguidos, se nos inscriba a la mencionada periodista por considerarla "un referente de las inquietudes y aspiraciones de la sociedad valenciana". ¡Y un churro!

Seamos serios. A la colega se le recompensan los servicios prestados al partido, al PP y a la derecha municipal más recalcitrante, que no a la sociedad, que ha sacudido hasta la crispación, alentando artificiosamente sus demonios familiares. Hasta el punto de que, coherente y encarnizada con su cruzada, sesgó o segó su capitanía en el periódico, que sutilmente trata ahora de aventar su estela, la de su ex directora incontestable, digo. Por otra parte, esta coronación tiene todos los visos de ser de espinas para la galardonada, pues difícilmente aplicará en adelante su estilete crítico a las siglas y gobierno que la acaba de inscribir en el Olimpo civil de los ilustres. Dicho más llanamente: es una jubilación. En todo caso, se comprende que el rector Pedro Ruiz -magnífico de verdad en este episodio- declinase compartir la pompa de un acto que lo convertía en cómplice o comparsa. Bastante hizo con salvar las formas mediante sus plenipotenciarios, los vicerrectores.

Verdad es que cada gobierno, como puntualizó el presidente Zaplana, premia o no según las valoraciones que asume, sobre todo si tiene -como éste tiene- poderes para ello. Pero tal arbitrio, por legítimo que parezca, comporta el riesgo de patrimonializar las distinciones y devaluarlas como asunto de partido y no de la Generalitat. Tal cual ha sido en el caso que glosamos.

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