"¡Válgame Dios, la que ha montado mi hijo!"
El padre de Óscar, muy nervioso, vivió la victoria en un bar, mientras el resto de la familia lo hacía en su casa de Torrelavega
A las diez de la mañana tocó diana en la casa de los Freire Gómez. Nadie había podido dormir con tranquilidad. Los nervios arreciaban a medida que se iba acercando el momento de ver en acción, a través de la pequeña pantalla, al menor de los cuatro hermanos de esta humilde familia cántabra. Antonio, el mayor, de 32 años; Juan Carlos, de 30; Christian, de 25, y Óscar, de 23, viven en el modesto barrio de Covadonga (Torrelavega), junto a sus padres y su abuela María, de 86 años."Tengo un nudo en el estómago desde anteayer. No aguanto más en casa; me voy a dar una vuelta", se despidió Antonio, un obrero prejubilado de la fábrica Sniace y padre del actual campeón del mundo. Raquel, la madre de Óscar, tenía un cosquilleo en el cuerpo que delataba que "éste no iba a ser un día cualquiera". Por eso, quizá, se levantó antes de lo habitual un domingo que normalmente aprovecha para tomarse un respiro en las labores de casa. "Hice las dos camas rápido y me vine a la televisión, pues pensé que la carrera comenzaba a las 10.30. Cuando comprobé que era pronto, aproveché para preparar la comida, un cocido montañés, que al final sólo ha comido Christian, pues nadie más ha podido probar bocado", explicó Raquel.
Al mediodía, cuando los nervios más atenazaban, la madre de Freire corrió a encender una vela junto a la imagen de la Bien Aparecida, patrona de Cantabria. "Tan sólo la he encendido tres veces y me ha dado resultado. La primera, concluyó con una medalla de plata en los Mundiales de San Sebastián; la segunda, fue en los Campeonatos de España como profesional, y ahora, la encendí para que mi hijo ganara. Soy creyente no practicante, pero con estas cosas cada día creo un poquito más", señaló Raquel, que acudió a las 14.45 a levantar a su madre, impedida, para que viera a su nieto.
En realidad, nadie pensaba que podía ganar. Y es que una lesión -"plica metalopatelar" en una de sus rodillas, según el diagnóstico médico- le obligó a pasar por el quirófano, minándole la moral. "Cuando se va de casa, siempre le doy un beso por cada día que va a estar fuera. Esta vez, para animarle un poco, le di un montón y le comenté: "Óscar, tranquilo hijo, que vas a ganar, y si no lo consigues, no te preocupes; para mí eres el mejor ciclista del mundo".
Rodeada de trofeos, de fotografías de Óscar, y frente al televisor, abuela, madre, su hijo Christian y un sobrino pequeño siguieron de cerca la carrera, mientras Antonio, el padre, recorría los bares del pueblo intentando buscar una tranquilidad que no encontró: "No aguantaba en ningún sitio. Ha sido una espera insoportable".
Y llegó el gran momento. Óscar encaró la recta final, Raquel, su madre, agarrada a un cojín, avisaba a la abuela de que no se asustara si oía gritos. Pero fue imposible: "Me descontrolé. Chillé como nunca en mi vida", explicó Raquel, que vio cómo la anciana de 86 años no paraba de llorar asustada. Mientras tanto, el cabeza de familia rodaba por los suelos. "Me tuvieron que levantar, pues me faltó el aire cuando vi entrar al chaval. Aún no me lo creo. ¡Válgame Dios, la que ha montado mi hijo!", dijo Antonio, que voló hasta su casa.
Y el teléfono comenzó a sonar. Amigos, familiares, directores de equipo y medios de comunicación llamaban mientras se acercaban a la morada cuñados, primos y Laura Cobo, novia de Óscar. "He llorado mucho. Se lo merece. Es un chico encantador, un poco pícaro y muy listo. Así ha ganado el Mundial", señaló Laura.
Tras el Mundial, se esperan los homenajes. Incluso ya se ha anunciado que se pondrá el nombre de Óscar Freire al velódromo reformado junto a la fábrica Sniace, en donde trabajó su padre. Felicitaciones, ofertas de equipos, en la cabeza de los Freire planea la idea de que el sacrificio realizado desde que Óscar tenía nueve años ha merecido la pena. Aunque eso sí, ya no será lo mismo. Aquel muchacho que tuvo que dejar en cuarto la Escuela de Maestría Industrial, pues aunque iba para tornero no podía compatibilizar el estudio con las carreras en bicicleta, ahora es campeón del mundo. No obstante, su familia le tratará como al pequeño de la casa y su abuela le cantará "cantares, que le gustan mucho. Cuando le vea le cantaré "¿Dónde estarán nuestros mozos, que a la fiesta no quieren venir...". Pobre hijo, cuánto he llorado por él".
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