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CICLISMO: Campeonato del Mundo

Milagro en Verona

Óscar Freire, un ciclista cántabro de 23 años, gana el Mundial de fondo en carretera

Carlos Arribas

Todos los tópicos y generalidades escritos en los últimos años sobre el ciclismo saltaron ayer por los aires en apenas 40 segundos: un ciclista español desconocido hasta para los españoles atacaba a los mejores corredores del mundo a 600 metros de la meta; un ciclista español de 23 años atacaba en llano en busca de la victoria; un ciclista español, llamado Óscar Freire, sorprendía en su terreno a Vandenbroucke, Ullrich, Casagrande, Konyshev y más; un chaval de Cantabria ganaba en Verona el Campeonato del Mundo. Es sólo el segundo maillot arco iris conseguido por el ciclismo español en toda su historia en la carrera de fondo en carretera para profesionales. Sólo hasta ayer Abraham Olano, en las circunstancias extraordinarias de Colombia en 1995, había alcanzado ese éxito. Ha sido la sorpresa más increíble en un Mundial quizás desde que en 1969 el holandés Ottenbros ganó el Mundial de Zolder. Fue tan extraordinario el milagro que el aturdimiento se cernió sobre Verona a las cuatro y veinte de la tarde. Y allí seguía estancado varias horas después.Fue un Mundial rápido y extraño. Frank Vandenbroucke, el gran favorito, se cayó en la sexta vuelta, apenas recorridos 80 de los 260 kilómetros, y acabó corriendo con una muñeca rota; Davide Rebellin, el segundo de la lista italiana, se cayó en la vuelta octava, a mitad de recorrido y se retiró; con él se fueron al suelo también el caballo loco Tafi y el campeón saliente, otro Óscar, el suizo Camenzind, que siguió corriendo con el pómulo inflamado. Más hechos extraordinarios: Jan Ullrich, el ganador de la Vuelta, el ganador del Mundial contrarreloj, renunció a sus propias posibilidades y trabajó, gregario de lujo, para Vandenbroucke. Y un tal Freire se infiltró en la historia.

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Freire fue un corredor inexistente, invisible, hasta que la carrera se aclaró. Freire llevó esa cualidad hasta el extremo. Más allá. Siguió siendo invisible cuando tras la vuelta 15 de las 16 sólo 11 ciclistas quedaban en disposición de ganar. Estaban Vandenbroucke, el ganador de la Lieja-Bastoña-Lieja, la clásica más dura, y Ullrich. Estaba Casagrande, vencedor este año en San Sebastián; Konyshev, el veterano ruso de más clase también había superado todas las cribas, como Camenzind y Boogerd, el holandés a quien tan bien se le dan estos recorridos, y Markus Zberg, el suizo inasequible al desaliento. Todos, grandes especialistas. Todos, parados, vigilantes, esperando el error fatal del rival. También estaban, más que nada el habitual relleno, un estadounidense desconocido (Chann McRae), un italiano trabajador (Celestino) y un francés escalador (Robin). Y también Freire. Todos pendientes de los grandes, ahorrando fuerzas, sopesando el uso del factor sorpresa.

Todos están allí por ser quienes son. Y también, sobre todo, por el gran trabajo de sus equipos. Zülle, con un ataque demoledor a falta de tres vueltas, abrió la vía para que sus compañeros Camenzind y Zberg pudieran disfrutar viendo trabajar a las selecciones rivales; Perdiguero, yéndose en el ataque de Zülle, se desgastó para que ahorrara fuerzas Freire; Robin también se sumó a la rueda de Zülle, y fue el último que resistió hasta el final (premiado con el bronce) junto a Camenzind (sexto); Museeuw, el líder ideológico de los belgas, se sacrificó por Vandenbroucke encabezando la persecución del grupo que ya eran cinco (Zülle, Camenzind, Perdiguero, Robin y Celestino); Ullrich también ayudó a llegar a Vandenbroucke, y como se sentía fuerte allí se quedó; y toda Italia se había concentrado al máximo por su Casagrande.

Así estaban todos allí: los 11 y sólo 16 kilómetros por delante, interponiéndose entre sus sueños y la realidad. Una mitad de subida, con cuatro kilómetros durillos, hasta el repecho de Torricelle; una mitad de bajada, con cuatro kilómetros empinados y con alguna curva peligrosa. Cuánto miedo. ¿Quién se mueve? ¿Quién cree que puede ganar atacando desde lejos?

Robin, el más lento, el escalador que no confía en sus posibilidades, es el primero que decide moverse. Tiene más que claro que en el sprint final no pinta nada. Su ataque sirvió para dos cosas: para que Ullrich mostrara sus habilidades de gregario por primera vez desde el Tour de Riis, el del 96, y llevara en la silla de la reina a Vandenbroucke, a la caza del desesperado francés (¿quién no recuerda, por otra parte, lo bien que se portó Vandenbroucke con el alemán en la Vuelta?); y, dos, para que Boogerd y Celestino, los dos más débiles, perdieran contacto, acabaran sus fuerzas.

Todos, ahora nueve, en grupo. Cuánta vigilancia. Cómo mira Casagrande a Vandenbroucke, cómo calcula por su mirada, por las venas de sus piernas, por cualquier síntoma, sus intenciones. Cómo devuelve Vandenbroucke la vigilancia, cómo está atento a su boca pequeña, a su chepa cuando se pone de pie sobre los pedales. ¿Qué mueven? ¿Qué plato, cuántos piñones? El italiano y el belga son los mejores, éste es su terreno, el repecho que hace de muelle para que, un piñón menos, una revolución más rápida de las piernas, y voilà: fuga hasta el fin. ¿Cuándo Vandenbroucke? ¿Cuándo Casagrande? Cuánto cansancio. 250 kilómetros recorridos. 41 por hora de media. Comienza el último descenso. ¿El turno de Konyshev, el equilibrista? Pero el hombre que mejor baja no se mueve. Es también el hombre más calculador: se sabe el más rápido, se cree el más astuto. Nadie le sorprenderá. Nadie se fija en Óscar Freire. ¿Quién es este español? ¿Quién ha corrido contra él alguna vez? Es el hombre invisible. El elegido.

El momento oportuno

Puede que Óscar Freire no sea el que más en forma está, pero es el que más ganas tiene de correr. Sólo ha disputado 11 carreras en 1999, las que le ha dejado su rodilla. Está fresco. Los otros ya han disputado sin parar carreras desde febrero y marzo. Giros, Vueltas y Tours. Clásicas y más clásicas. Y esto es octubre. Cerca del fin del mundo. "Nadie sabía que yo estaba ahí, y sabía que ésa era mi ventaja", dice el cántabro. ¡Ay Konyshev, Casagrande, Vandenbroucke! ¡Qué sorpresa! El Mundial es una lotería, se repiten todos una y otra vez. ¿Qué hacer? Todos parados. ¿Quién aguantará más? ¿Quién se descubrirá antes de tiempo?A dos kilómetros y medio los nervios le asaltan definitivamente a Casagrande. Italiano, favorito y en Verona. Locura. Ullrich le rinde el último servicio a Vandenbroucke. Cazado. Pum, se acabaron tus oportunidades, Casagrande, el líder de los italianos. Es el momento de la contra, del movimiento sorpresa de Camenzind, el segundo hombre más vigilado. A dos kilómetros, ataca el suizo, pero sin terreno apropiado, sin repecho. A su rueda, salta con él Freire. Típico: el cántabro, como todos los españoles, acaba lanzándose en algún momento, para, una vez derrotado, decir al final: bueno, hemos hecho lo que hemos podido. O eso parece. Eso se cree cuando cazan a la pareja. Cuando se enfila la última recta. Cuando la niebla envuelve el corso Porta Nuova. Cuando nadie se mueve. Y entonces, de repente, una figura menuda se sumerge por la derecha, se sale de cuadro, se va, se va. Cuánto miedo en los demás. 40 segundos más tarde cruza la meta, brazos alzados, victoriosos. Es un tal Óscar Freire, de Torrelavega. Es el nuevo campeón del mundo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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