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El PSPV, un epifenómeno J. J. PÉREZ BENLLOCH

En Valencia, en la confluencia de la calle de Les Roques con Blanquerías, a la vera del Portal de Serranos, se está reconstruyendo a toda prisa un edificio antiguo destinado a convertirse en la sede social del PSPV-PSOE. Por las trazas, será el inmueble más holgado y opulento de los ocupados por un partido político a lo largo y ancho del país. Según un dirigente, que ya pertenece al grupo de los desahuciados, les era muy necesario para acabar con las instalaciones precarias y, sobre todo, porque carecían de un salón adecuado para reuniones numerosas. Pues bien, muy pronto dejarán de ser inquilinos trashumantes y dispondrán de espacio para sus actividades partidarias.Pero la cuestión que muchos se plantean es que si llegado el día de la inauguración quedarán muchos o suficientes socialistas con carné para llenar sus despachos y crujías. Quedará, eso sí, el macizo del colectivo, la vieja guardia inasequible a todos los avatares, blindada contra la vergüenza torera y presta a poner el trasero según tenga a bien el clan que les manda en Madrid. Pero para tal elenco, tan amortizado como un Seat 600, no parece que fuese muy perentoria esta inversión, que por cierto será cosa de ver cómo se paga cuando tan flacas son las ubres que nutren esas centenarias siglas arrumbadas en el ostracismo durante sólo Dios sabrá cuántos años.

Y lo grave de la eventual circunstancia no es tanto que sean muchos o pocos, además de avejentados, que carezcan de propuestas y perspectivas de futuro. Lo grave es que así lo ha determinado el sanedrín felipista que rige el partido, unánimemente beligerante -digo del sanedrín- contra todo aquello que suene o huela a renovación y federalismo ejercido con un mínimo rigor. El partido ha de ser un trasunto de su esquema clásico, centralista, colonialista y patrimonializador. Los rebeldes o renovadores han de ser exorcizados, como de hecho lo han sido en Galicia, Canarias, País Valenciano y Catalunya misma si Pasqual Maragall no se sale electoralmente con la suya. En el PSOE ha triunfado lo rancio que se resiste a morir frente a lo periférico y novedoso.

Desde este punto de vista se comprende mejor todo el proceso o calvario que ha transitado -y aguanta- el socialismo valenciano desde el mismo momento en que al renovador Joan Romero le acribillaron a mociones de censura, hasta que a su heredero, el dócil Joan Ignasi Plá, le birlaron un congreso por la vía drástica del ucase. Y aún puede ser peor, pues Madrid sabe que tiene patente de corso para segar cabezas y biografías. Le trae al fresco que el PSPV sea un circo, que no haga oposición y que en punto a talentos o nuevas vocaciones esté desertizado. Lo único que le obsesiona, como a los recios barones socialistas castellanos, es que no alce el vuelo por su cuenta, eso que, sin exageraciones y dentro de un orden, postulaba el romerismo .

Y lo peor de este panorama es que estamos hablando del partido hegemónico de la izquierda, el que un día fuera alternativa y al que, por chamba histórica o derribo de sus homólogos -EU, NE, Bloc-, no es viable hallarle un sustituto. Paciencia y barajar, porque no hay remedio a la vista y poco consuela, ciertamente, distraernos con los episodios que nos depara. Muy bueno, por patético, digamos de paso, esa resistencia de Antonio Moreno a asumir la portavocía parlamentaria, que ha acabado trasegando como una cicuta. O el desfile diario de sus vacas sagradas y jubilares enzarzadas en una diatriba que a nadie le importa, o los desvelos de una comisión gestora sin fecha de caducidad, u otra docena de trances penosos que, en palabras del ideólogo del PP, Font de Mora, serían un epifenómeno del decrépito modelo de partido felipista.

Sin embargo, a falta de partido con el que afrontar el milenio, el PSPV (¿o lo designaremos PSOE, sin más falsos perifollos?) tendrá una sede rumbosa. Hasta no ha mucho, su cuartel general en la calle Albacete era condumio de las termitas. Pero había un partido. Cambiar, pues, sí ha cambiado.

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