La aviación rusa deja un rastro de cadáveres en los bombardeos de zonas civiles de Chechenia
ENVIADO ESPECIALEl estruendo constante del fuego de la artillería pesada se dejó sentir durante todo el día de ayer en Grozni, sobrevolada por aviones rusos, que, sin embargo, no dejaron caer su carga mortal sobre la capital de Chechenia. El ruido de la guerra llegaba del Norte, donde las fuerzas de la república independentista plantan cara a la ofensiva del Ejército ruso, que, supuestamente, intenta crear allí una larga y profunda franja de seguridad al norte del río Terek. Nadie se atreve a predecir si el verdadero objetivo de Moscú es Grozni. La situación es muy confusa.
Fuentes oficiosas chechenas aseguraron que las fuerzas rusas se encontraban a poco más de 20 kilómetros de distancia de Grozni, es decir, a tiro de la artillería. El Ejército ruso, en cambio, confirma combates a 40 kilómetros de la capital. En el acuartelamiento militar checheno que sirve de base a un reducido grupo de periodistas extranjeros sólo llegaba ayer un vago eco sonoro de la guerra. Desde ahí es imposible saber quién tiene razón.Los bombarderos Sukoi 25 dieron varias vueltas sobre la zona, a unos cinco mil metros de altitud, pero se fueron por donde habían venido. Ésa fue la tónica durante toda la tarde. La campaña de bombardeos masivos de los últimos días parecía haber dejado paso al choque frontal en el norte, en las proximidades del río Terek, que parte Chechenia en dos mitades. La cadena de televisión independiente rusa NTV mostró imágenes de una columna de carros de combate que, supuestamente, había penetrado en la república rebelde unos 20 kilómetros.
Nada, en definitiva, permite aclarar si la invasión tiene un objetivo limitado (el que marca el río Terek) o total (la aniquilación de la independencia negociada a regañadiendes por el general Alexandr Lébed, tras la derrota rusa en la cruenta guerra de 1995, en Chechenia).
La noche cayó sobre Grozni como una losa. El toque de queda eliminó casi por completo el tráfico. Las velas y las liternas sustituyeron a la cortada electricidad, sin que estuviese claro qué mano fue la responsable. Por la mañana, Anatoli Chubáis, presidente del monopolio ruso, ya había amenazado con la suspensión del suministro.
La segunda guerra ruso-chechena está en marcha y, como la primera (entre diciembre de 1994 y agosto de 1996), promete ser encarnizada. Ya lo es. Los anuncios rusos de que su estrategia de bombardeos selectivos y quirúrgicos ahorra la vida de los civiles queda en evidencia con sólo visitar algunas de las ciudades atacadas desde el aire durante las últimas dos semanas. Para tratarse de daños colaterales, fruto de errores humanos, la magnitud del daño causado en vidas humanas es desproporcionado, incluso para un Ejército que ya se parece poco al que un día desafió a EEUU.
En Ulús Martán, por ejemplo, localidad situada unos 30 kilómetros al sur de Grozni, las bombas lanzadas por la aviación rusa el sábado causaron 150 muertos y el doble de heridos. En las zonas afectadas no hay nada que se asemeje, ni remotamente, a un objetivo militar o económico: ni cuarteles ni puentes ni fábricas; sólo viviendas. Eso sí, algunos vecinos reconocen que los wahabíes, miembros de la secta islámica a la que se acusa de dos invasiones de Daguestán, pasan alguna que otra vez por allí.
En la calle Titova, bombas de más de una tonelada de peso abrieron cráteres de 10 metros de diámetro y su carga de metralla destruyó decenas de casas de ladrillos, cemento y madera. El espectáculo era estremecedor. Uno de los proyectiles, caído en un gigantesco solar, repartió su carga mortal a la redonda y dejó un rastro de viviendas hundidas o reducidas a carcasas.
Las pocas que permanecieron en pie vieron volar sus tejados, se quedaron sin ningún cristal y muestran en sus fachadas la huella profunda de la metralla. "Aquí sólo hay gente inocente", asegura uno de los supervivientes, Lechi Maskáyev. "¿Acaso tengo aspecto de bandido?", grita. "Busque usted wahabíes por aquí, o milicianos armados. Lo único que encontrará serán trabajadores humildes, y refugiados que han huido de otras zonas aparentemente más peligrosas".
Él y su familia se salvaron porque supieron interpretar los signos llegados de lo alto, de cuatro aviones rusos que parecían dudar sobre qué hacer. Él y los suyos abandonaron a tiempo su casa, antes de que una bomba la convirtiera en un solar, junto a otras veinte. Al menos ocho de sus vecinos no pudieron contarlo.
En la cercana calle Kolonchaskaya, los daños colaterales causados por los bombarderos rusos son todavía más visibles. Waha Tapáyev logró salvar la vida y la de su familia "gracias a Alá". Pero unos vecinos, los Karimov, tres hermanos que vivían en otras tantas casas contiguas, murieron, junto a varios miembros de su familia, pese a haberse refugiado en un sótano de paredes de cemento. "Una bomba les cayó de lleno", asegura Waha.
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