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Reportaje:

Érase una vez el cuento

En un tiempo en el que las videoconsolas todavía no habían sido inventadas, Walt Disney no estaba aún criogenizado, y lo más parecido a un manga era la incursión de Garbancito en la barriga del buey, la literatura infantil no sólo servía, como ahora, de potente valeriana para los padres ante sus hijos. Personajes como Pulgarcito, Antoñita la Fantástica, Sissi, y el Capitán Trueno, junto con Roberto Alcazar y Pedrín, formaban parte de una íntima mitología compuesta de una mezcla especial de imaginación, espadas de madera y corazas de papel. La narrativa fantástica de carácter infantil encontró en España a uno de los principales impulsores en Saturnino Calleja Fernández. El editor del que nace el refrán "tienes más cuento que Calleja", revolucionó, a finales del siglo XIX el panorama de la literatura infantil. Desde la editorial que fundó con su apellido en 1876, consiguió inundar las tiendas de toda España con libros tejidos de historias fantásticas. La perfecta simbiosis entre las abrumadoras tiradas, a precios asequibles, y los consejos moralizantes que destilaban sus personajes, herencia del concepto que de esta literatura se tenía en el siglo XVIII, convirtieron a Calleja en el germen de otras colecciones como Bastinos, Hernando, Sopena, Seix y Barral, o Dalamu, que a principios del siglo XX, aparecerán con personajes que marcarán época. La más reciente y una de las supervivientes es la editorial Bruguera. El Centro Municipal de Exposiciones de Elche ha decidido ofrecer un homenaje a la historia del libro infantil en España, con una muestra que hasta el próximo 29 de octubre recorre un siglo de tradición editorial fantástica. Organizado por el grupo Cultural Cresol, Más cuentos que Calleja pretende ser la puerta hacia "el placer de la lectura" desde un "riguroso nivel científico", según afirma la concejal de Cultura, María Dolores Sala. La exposición, según Sala, ofrece una gran "riqueza de lenguaje, información histórica, y lo más importante, indaga en cómo actúan las personas ante situaciones particulares". La verdadera eclosión de la literatura infantil hay que buscarla en el auge del romanticismo en Europa, que de manera necesaria llevó consigo al resurgimiento de los folclores nacionales, y a la necesidad de rescatar la rica tradición oral que había pervivido a lo largo de los siglos. Decenas de autores se encargaron de recoger, de manera exhaustiva, las fantasías contadas a pie de cama. Firmas como Hofmann, Grimm o Andersen, entraron en España de la mano de la editorial Calleja. Más tarde, la llegada de los periódicos infantiles terminará por culminar la difusión de los contenidos directamente realizados para jóvenes. Las cabeceras de las publicaciones periódicas infantiles aparecen en el siglo XVIII, pero no será hasta los años veinte cuando fijándose en las tradicionales aucas, aparezcan títulos como Colorín, Chiquitín, BB, Tío Vivo, o Pinocho, creado en 1917 por Salvador Bartolozzi para la editorial Calleja. Entre todas las cabeceras destaca TBO, que conseguiría dar nombre a todas las revistas de este tipo. Pese a que se trata de una muestra especialmente orientada al público infantil, la exposición puede servir para que alguien recupere el recuerdo sobre las interminables colecciones de los coloridos cromos, o sobre personajes un poco ñoños como Pirulete, que en la exposición aparece "en el país del sueño y la holganza", o Pulgarcito con sus extravagantes aventuras. Las concejalías de Educación y Cultura de la ciudad de Elche quieren desmitificar el carácter elitista y cerrado de los museos: "Nos proponemos crear cada temporada exposiciones para el público escolar, que significa atender a los más pequeños para formar a un ciudadano culto y con capacidad de reflexión".

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