LA CRÓNICA Bebo, luego existo ISABEL OLESTI
"Antes que el pan existió la cerveza", afirma contundente Steve Huxley mientras sorbe con placer la espuma de su Iberian Pale Ale, una cerveza que elabora él mismo en un pub abierto hace un mes en la calle de Sant Agustí de Gràcia. Steve descubrió la cerveza en su ciudad natal, Liverpool, a la temprana edad de dos años, mientras asistía a las bodas de sus múltiples tíos y él se escondía debajo de las mesas e iba apurando los vasos de los mayores. Más tarde, en su época universitaria, conocería expertos en el tema que le introducirían en el arte de elaborar el preciado líquido. Montó un minilaboratorio en su casa, invitaba a sus amigos y se corrían la gran juerga, aunque, reconoce, aquella cerveza era un experimento y rebosaba de alcohol. Nada que ver con la que se bebe ahora en La Cervesera Artesana, su pub y destilería. "Mi cerveza no pone tonto, es una cerveza para despegar la lengua, no para darse de porrazos contra las mesas". Aunque la tarde en que nos citamos Steve llega al pub con resaca. "Eso me pasa por beber otras cosas", dice riendo. Estoy sentada en la barra delante de una Iberian Stout, negra, elaborada con cinco maltas y un poco de cebada tostada. Steve, su creador, me comenta que por su alto contenido en hierro es ideal para mujeres embarazadas y madres lactantes. Como parece hecha a mi medida, me la bebo con suma devoción. Realmente es exquisita, especial, no se puede comparar con ninguna otra que yo haya probado en mi vida. Steve me mira satisfecho. "Cuando mi mujer estaba embarazada y cuando daba el pecho se hartaba de cerveza, y mi hija ha salido alta y fuerte y muy inteligente. En Inglaterra la recetan los médicos". Sigo bebiendo mi Iberian Stout, que lleva ese nombre en homenaje a Genó (Lleida), donde se cree que se elaboró la primera cerveza de Europa en el año 1100 antes de Cristo. Steve es licenciado en Lenguas Clásicas, pero lo que hizo fue coger su trompeta y recorrer medio mundo. Hace 22 años que vive en Barcelona. Llegó como profesor de inglés, pero ya tenía claro su objetivo: montar una destilería. Empezó en su casa, como en Liverpool, invitando a sus amigos; juntos montaron la Asociación de Húmulus Lúpulus, un grupo de "locos por la cerveza", según sus propias palabras, que organiza grandes fiestas que terminan a carcajada limpia. Encontró ese local de Gràcia -una antigua chatarrería- y lo transformó con sus propias manos en lo que es hoy: un auténtico santuario cervecero. Entre los proyectos de Steve está el de organizar cursos de elaboración de cerveza, concursos, viajes organizados a Liverpool para conocer las fábricas, los pubs... También escribe un libro sobre el tema, pero su auténtica pasión sigue siendo encerrarse en el laboratorio y experimentar hasta conseguir la cerveza ideal. Sentado en la barra, uno puede ver los recipientes detrás de una vidriera iluminada; parecen pequeños submarinos en un mar irreal. En uno se mezcla el agua con la malta durante dos horas hasta que las enzimas lo transforman en azúcares fermentables. Se bombea y se hierve con tres tipos de lúpulos: uno da el sabor, otro el amargor y el último el aroma. En otro recipiente fermenta a 20 grados y se siembra con levadura procedente de Irlanda: en una semana se ha obtenido una cerveza de alta fermentación. Seguimos bebiendo. Le pregunto si es verdad que la cerveza hincha el estómago. Enseguida se levanta la camiseta y me enseña una barriga totalmente cóncava. "Eso es un mito, los alemanes están gordos de lo que comen". Luego me pasa su e-mail (http/primer.net/lacervesera) y sigue enumerando las maravillas del producto que piensa incluir en su libro. "Allí estará toda la filosofía de la cerveza", explica. "¿Y cuál es esa filosofía?", pregunto yo. "Bebo, luego existo".
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