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Cosas de ecologistas

Nunca hasta ahora -que yo sepa- se había acusado a los ecologistas de ser los responsables de la magnitud de un incendio forestal. En general, se señala a algún pirómano, y se relaciona su vicio con alguna explicación de tipo freudiano, más próxima a alguna tara de tipo sexual, que a un motivo explícito. En algunas ocasiones se sugiere que hay intereses inmobiliarios, pero enseguida se remarca que esos fuegos resultan completamente inútiles, porque por ley se prohíbe edificar en zonas que han sido incendiadas. Desde que se crearon los primeros parques naturales, a mediados de los años ochenta, siempre se ha repetido la misma cantinela, "un pirómano", "un rayo", "un pastor quemando rastrojos", y las causas de los desastres ecológicos se asumen con aquella resignación propia con la que se aceptan los males irremediables. Pero, hasta ahora, repito, nadie había acusado directamente a los ecologistas de ser los responsables de la magnitud de un siniestro. Y mientras que los pirómanos nunca son descubiertos, ¡qué fácil es reconocer a uno de esos ecologistas peludos con primáticos! Los ecologistas son, por tanto, un peligro. Porque con su criterio conservacionista impiden lo que la mayor parte de la gente de Xàbia (Jávea) desearía: que el Montgó tuviese de montaña lo mismo que la Alameda o los Jardines de Montforte. Porque no nos engañemos: la mayoría de la gente que veranea en las cercanias del Montgó nunca ha hecho aquella sencilla excursión de adentrarse en la montaña, e incluso, con un poco de esfuerzo, de ascender hasta la cumbre. Lo miran desde la tumbona de su casa, y cuando se incendia tan sólo temen que se les chamusque la buganvilla o el seto que les separa del vecino. O que, en última instancia, les estropee la panorámica. A nadie le interesa saber que el Parque Natural del Montgó carece de Plan de Gestión, ni que nunca se ha invertido una sola peseta en la compra de terrenos conflictivos, ni que ha sido quemado durante los últimos quince años en ¡175 ocasiones!Si las cosas van mal, no es por la falta de una gestión adecuada (ni por su falta de cariño), sino tan sólo por las manias de los ecologistas, que no dejan, ¡ah! ¡ignaros!, poner césped en sus faldas. Mientras, a unos pocos kilómetros de distancia, el alcalde de Pego se dedica a roturar el marjal y nuestro presidente se pasea con Julio Iglesias por La Marina para promocionar unos chalés que valen mil millones de pesetas. Y para que crezca aún más el afán especulativo sitúa en el lugar estratégico -previamente quemado por un pirómano desconocido- una Terra Mítica. Evidentemente, de nada sirve decir que la marjal es un ecosistema protegido no sólo por la consejería sino también por los programas Life de la UE, o que donde se edificará el parque de atracciones de Benidorm crece un endemismo murciano-almeriense. Si está en Murcia y Almería, ¿para qué conservarlo en Alicante? ¡Qué cosas tienen los ecologistas! Pero la verdad es que la única terra que interesa al Partido Popular (y antes a los socialistas, todo hay que decirlo) es la urbanizable. Los parques naturales se encuentran cada vez más desprotegidos y desde hace unos meses carentes de director. En el parque natural de Espadán los monitores tan sólo tienen un decrépito Seat Panda para resguardarse: ni un triste local, ni un palmo de terreno a cubierto para poder recibir a los alumnos, para organizar con un mínimo de decencia el trabajo. Por no hablar del Parque de L"Albufera, con un Racó de l"Olla en reformas, eufemismo en todos los sentidos porque nunca ha sido acabado, o por no mirar hacia los saladares de Santa Pola o hacia El Fondo d"Elx, desprovistos de los medios necesarios y donde la presión urbanística en el primer caso es también muy grave y con visos de irreparable. Y qué decir de las dos torres de cincuenta metros que acaban de autorizar al lado del Penyal d"Ifac... ¡Con la aprobación de Esquerra Unida! En cualquier caso, cada vez resulta más evidente que cuando no se puede urbanizar en un terreno lo mejor es quemarlo. No sólo porque así el pirómano descarga su frustración sobre los pobres espliegos y romeros, o porque después del fuego siempre las constructoras ganan unos metros sobre el parque... No sólo por eso... sino porque después -¡oh tempora oh mores!- culpan a los ecologistas del desastre. Si hubieran plantado césped nada de eso habría ocurrido.

Martí Domínguez es escritor.

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